jueves, 30 de abril de 2009

Justicias, las justas


Resulta irónico que ciertas cosas de las cuales, no sólo tenemos constancia, sino que son el pan de cada día a nivel de crítica, produzcan cuando se destapan del todo un inmenso revuelo y polémica.
Las torturas en Guantánamo, mal que nos pese, llevan siendo una vergonzosa realidad muchos años. La existencia de estos abusos en la cárcel de alta seguridad estadounidense es algo conocido por todos nosotros, criticado duramente por artistas independientes, políticos (que se hacen llamar) de izquierdas y otra gente del mundillo alternativo a la potencia masiva. De hecho, una de las primeras promesas de Obama, además de el intentar acabar con las desastrosas consecuencias de la crisis económica, fue cerrar Guantánamo.
Cabe recordar que la prisión es ilegal a nivel derecho internacional . Lo que los estadounidenses alegaron cuando se comenzaron a descubrir las terribles prácticas que se llevaban a cabo en este centro de reclusión era que, al encontrarse Guantánmo en Cuba, los detenidos no poseían los derechos constitucionales que tendrían si estuviesen recluidos en su país, y que por lo tanto (hablando en plata) podrían hacer con ellos lo que les saliera de las narices. Desde 2002, la prisión se ha utilizado básicamente para encerrar a supuestos colaboradores de Al-Qaeda (muchos de ellos, sólamente musulmanes que tuvieron la mala fortuna de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado) negándoles asistencia jurídica, acceso a las supuestas pruebas que los vinculan a la organización o cualquier tipo de vía de escape por medios legales.
Pronto, por informes filtrados a la prensa, se conocieron las terribles prácticas de tortura llevadas a cabo por los militares estadounidenses en la base de Guantánamo.
Ante estas informaciones, en 2006 la ONU solicitó a EEUU que cerrase la base militar, a lo que la gran potencia hizo oídos sordos. Ese mismo año, el comité de la ONU contra la tortura solicitó a EEUU ya más formalmente que cerrase la base por violar la legislación internacional, a lo cual EEUU (al que ya le rechinaban un poco los oídos) contestó que allí no se estaba llevando a cabo ninguna práctica ilegal.
Este mismo año, Barack Obama prometió cerrar la prisión en un plazo máximo de un año. Esto, desde luego, es una agradable noticia para todos aquellos que participamos del espanto de lo ocurrido en Guantánamo, pero no hace pagar a nada ni a nadie acerca de las consecuencias de lo ocurrido hasta ahora. No se trata tanto de revancha ni de venganza, sino de justicia, ya que si en lugar de en EEUU esto ocurriese en cualquier país de la antigua URSS o de Oriente Próximo, la comunidad internacional hubiese actuado hace ya muchos años.

Por eso me resulta tan curioso y honestamente sorprendente que ahora que el juez Baltasar Garzón pretende emprender un juicio contra la base ilegal estadounidense, la opinión pública española se ponga en su contra. El gobierno, que tanto criticó este tipo de prácticas, se lanza ahora contra el juez, alegando que lo único que quiere es "acaparar protagonismo" y calificando su proyecto poco menos que de absurdo.
Desde los archiconocidos juicios de Nüremberg se permite que un magistrado judicial de cualquier país del mundo intervenga u organice un juicio contra algo que él considera delito. De hecho, Garzón se dio a conocer por ser el juez que hizo juzgar al dictador chileno Augusto Pinochet. Y no es que yo sea del club de fans de Garzón (que lo hay, que conste) pero me hierve la sangre al pensar que, tanto a nivel de calle, como en la nefasta clase política que nos rodea, resulta tremendamente sencillo hablar, hacerse el progre y luego lanzar piedras contra los únicos que tienen las santas narices de enfrentarse con la realidad. Pero así es la vida, el ejecutivo y el gobierno se oponen a un plan de pura justicia legal y moral por temor a las consecuencias provinientes de las Américas. Ya se sabe, diplomacia, buenas relaciones entre estados. Y al final, la única que se sienta en el trono es la hipocresía. Bienvenidos al mundo real.

martes, 28 de abril de 2009


Hoy, ni gripe del cerdo ni cumbre del G 20. Incluso demasiado cansada como para verterlo todo en forma de metáforas absurdas en un poema. Hoy, sólo quiero hablar. Algo tan fácil, tan sencillo como sentarme frente a una cara sin expresión, o con ella, aunque sea de hastío. Y hablar.
Quizás porque es lo más primario, lo más instintivo, comunicarse. De hecho, ¿por qué si no estaría yo escribiendo esto aquí en lugar de un diario o en cualquier folio en sucio que se perdería entre la maraña de mis apuntes caducados? Puede que porque, en mi ingenuidad, creo que de este modo, aunque indirectamente, sí me comunicaré con alguien. Un alguien que comience a leer el post por casualidad, que quizás lo deje a la mitad ya harto de mis plantos; que quizás lo termine para resarcirse un poco más en mi miseria. Pero que lo lea, a fin de cuentas.

Harta de que nada tenga sentido para nadie; de que nada sea importante para nadie; de sentirme completamente extraña en un mundo de arcoiris teñidos de burla. Vuelvo a sentirme así, hoy, sin asideros, sin esposas que me encadenen a algo que me importe lo más mínimo .
Hoy muero intestada, sin legado. Seré una muerta no llorada.

Hoy me siento como un árbol octogenario sin raíces y, lo que es peor, sin hippies de pies descalzos que se encadenen a su tronco para evitar su tala. Como un caniche abandonado en la perrera junto a miles de bulldogs que le dirigen incisivos llenos de babas y de rabia. Como un caballo cojo a punto de ser sacrificado sin jinete que derrame una lágrima por su grupa amarillenta.
Sin nada y sin nadie, vacía como un cenicero que sólo alberga colillas, recuerdos de viejas candencias ya consumidas.
Vacía y, sin embargo, tan llena... Llena de un nosequé que no me dejan compartir, ansiosa de un aquelarre, de sobrevolar las noches con la magia que alguien se empeña en que permanezca dormida pero que yo sé que reside en algún rinconcillo de esa esperanza que aún me queda entre lamento y lamento.


Siento los párpados llenándose de lágrimas tan testarudas que se esfuerzan por no sucumbir a la fuerza de la gravedad, consiguiendo con su trabajo prolongar un poco más ese estado inconscientemente agónico de detenimiento de la melancolía. Hoy moriría por poder morir si morir fuese volver a empezar convertida en otro alguien. Hoy, caería en forma de lluvia sobre los cabellos de los amantes; sobre las primeras carreras de los niños; sobre las baldosas secas que esperan impacientes su líquida humillación. Hoy, recubriría las suelas de los tacones más altos, cosa que nunca he sabido hacer sin cierta ridiculez; empaparía los calcetines de algodón de ese modo del que me gustaría empapar los corazones, precipitaría mis gotas insolentes sobre cada rostro que buscase la sorpresa del tacto, como el mío en este instante, tan impoluto, tan inocente, buscando la ebriedad de la fricción, caería como lluvia...

... y, sin embargo, no, sigo siendo yo, siguen siendo mis lágrimas y mi soledad, sobre todo ella, la única que se sienta frente a mí, con su cara sin expresión a escuchar mis pesares. Porque el resto del mundo está demasiado ocupado en su verano infinito, ése en el que nunca llueve...

lunes, 27 de abril de 2009

Wake up, dead man


Al final siempre renuncias.
Porque lo veo en tus ojos de águila mal acostumbrada.
Despejas el aliento
y sucumbes a la arrogancia
del sosiego infantil.
Qué más dan las intenciones,
sean buenas o malas;
las pruebas en los espejos
¡qué más dan!
si el vidrio siempre miente,
igual que tus premoniciones
de místico en prácticas.
Al final siempre renuncias.
Porque el viento sopla fuerte
o porque la glucosa tienta.
Que más da: renuncias.
No se regalan harenes
todos los días.
Y renuncias,
te sientas en tu trono de espíritu aburguesado
y observas el mareo del transeúnte,
de tu propia fiebre
empapada en clausura.
¡Qué fácil resulta
sólamente
dejarse hacer,
cerrar los ojos
y levitar los andares!
¡Qué fácil, que sencilla
resultó la renuncia;
y qué dolor, mis córneas,
postradas ante tu derrota!
Qué fácil, qué sencillo:
tú, renunciando,
haciendo renunciar, también,
a mis manos...







jueves, 23 de abril de 2009

Pecaminosidades


- ¿Qué deseas?

- Quiero pecar. Quiero pecar hasta que la piel se me vuelva mustia y sucumba a los chantajes de las grietas. Quiero pecar hasta que escuezan los labios y la laringe, hasta que los párpados se oxiden y traqueteen sus cerrares. Quiero pecar, pecar hasta sentirme tan sucia como esculpida en mugre, y que en lento traqueteo lubrique mis curvas el devenir de las mareas . Quiero pecar cuando la noche se tiña de blanco y los ojos se quemen y las heridas supuren gloria. Quiero pecar cuando las lágrimas se aferran a los úteros, en la penumbra de los mares almidonados, en lo histriónico de las caricias inciertas . Quiero pecar como quien lame un chupa chups hasta exprimir su cuerpo envuelto en rojo. Quiero pecar como cenicero ofreciendo superficie al desamparo de las colillas. Quiero pecar sin tejado y sin paredes, sin mantas que me cubran, desnuda como una niña recién llegada al mundo, como si yo fuera la tierra y la tierra, mi estirpe, y mi estirpe, mi pelo, y mi pelo, tu vientre. Quiero pecar sin tapujos, sin virtudes, sin correas, con ansia. Pecar.

- Peca, entonces.

- No puedo.

(...)

No se puede pecar sin pecado.

martes, 21 de abril de 2009

Preguntas retóricas

¿Sería feliz Aristóteles cuando, desterrado y moribundo, caminaba con pesar cada paso que lo alejaba de su tierra? ¿Pensaría, acaso, que aquel, a pesar de triste, era un digno final para un hombre que defendía sus ideas? Y, ¿qué hay de Dante, expulsado de su Florencia natal, con tan sólo unos pergaminos bajo el brazo y con la única compañía de una imaginaria y vilipendiosa Beatriz ?¿Pensaría Gutemberg, al pie de la horca, que había sido una buena idea mostrar al mundo que la tierra era redonda? ¿Acaso Kafka, Nietzche, Poe, Rimbaud, grandes pensadores y literatos, no hubiesen cambiado sus maravillosas obras por unos instantes de comprensión?

La raza humana es compleja y diábolica. Ha llegado a configurar una serie de redes, de patrones preestablecidos surgidos, según los religiosos, del más allá; según los ateos, de no se sabe muy bien dónde, que se acatan y se siguen a rajatabla aun con la conciencia (ignorante, si se me permite) de la deseada libertad. ¿Es libertad vivir entre los barrotes de una cárcel impuesta por una sociedad sin cabeza que se autocondena al mimetismo? ¿Es, pregunto, libertad obedecer unas normas no escritas, a menudo perjudiciales para los propios deseos del hombre, que proceden de unos altos estamentos no conocidos aunque sí temidos precisamente por su poder de aglutinamiento de masas?

En un siglo XXI en el que la independencia está tan de moda como las camisetas del Che Guevara, la revolución se extingue lentamente como una cerilla perdida en las fauces de la noche. Todo está controlado. Todo responde a un proyecto implacable por ordenar nuestros pensamientos o, lo que es peor, nuestros sentimientos en carpetas de plástico duro que se archivan por colores según grados de intensidad. Ya no hay génesis ni nacimiento, sino sumisión . Y aquellos, aquellos que osan traspasar la línea de lo coherente, de lo tolerable , son relegados al más profundo de los abismos: a la exclusión, al rechazo.
Es tan sencillo ver una película, leer un libro, mantener una interesante conversación sobre aquellos personajes que han marcado la historia... esos personajes, esos visionarios que, en uno u otro campo, han contribuído a que lleguemos hasta aquí, a que nuestra historia sea esta y no otra, a través de sus errores y sus azañas. Sus ideas, su pensamiento. Resulta curioso observar como la mayoría eran despreciados en su época, llegándose a comprender su forma de ver el mundo con años, incluso siglos de retraso, momento en el que sus tesis son admiradas; sus cuadros, subastados por miles de millones; sus escritos, convertidos en best sellers; sus caras, en cada libro de texto.

Mas, he aquí la cuestión. Los grandes luchadores, los grandes revolucionarios intelectuales, ¿no se arrepentirían nunca de haberlo hecho? ¿No verían sus grandes ideas caer en saco roto al mirar a su alrededor y no contemplar más que vacío y miradas críticas? ¿En qué se apoyan, precisamente, esos ficheros, esos enormes archivos que registran las únicas doctrinas que pueden ser aceptadas? Se apoyan en el miedo. En el miedo a la soledad. Porque nadie es autosuficiente, ni siquiera ese Dios al que muchos rezan y otros tantos autobuses niegan. Porque tuvo que crear al hombre, y éste pidió una Eva, porque no podía estar solo. Y sucumbió a comer la manzana, aun a pesar de sus creencias, por ella. Quizás porque la muchacha tenía portentosos pechos o encantadoras sonrisas, pero, en síntesis, por no estar solo. Solo contra el mundo, que en aquel momento, era aquella Eva que lo miraba con ojos solícitos.

¿Qué satisfacción puede provocar la defensa de unos ideales frente a la condena a un ostracismo inevitable?
¿Qué felicidad personal puede obtenerse del suicidio de la obtención de cariño, aun en base a unas fuertes convicciones propias?

O... dicho de otro modo... ¿sucumbir o no sucumbir?

viernes, 17 de abril de 2009

Re-atoparse

... e se atopar, de súpeto, sen demandalo, sen sequera agardalo, sen presentilo; ou pode que si, coma un vaivén, un quedo rumor que te mece como fan as ondas mornas nas noites de San Xoan, alumeadas por fogueiras que se alimentan por algo máis ca chamizos.

Atoparse, sentir a intriga do solpor nos pés descalzos, na auga que esvarece polos cumios das rochas, que reflicte os sons das bateas, o murmurar das redeiras ás portas da marcha dos mariñeiros. A sorna da lonxa, dos tellados ateigados de gaivotas, do vento en trance a sucumbir ás intigras das marexadas.

Atoparse, agochar a saudade nunha pota de ferro e asbilcar os fentos cubertos de orballo; camiñar á beira das fincas, do rumiar incesante das reses, do quefacer das pitas, dos berros asoballados polos intres de evasión, dos chanzos escarregados no camiño, marcando unha escolma de delirios: das pegadas do emigrante inquedo que regresou para salpicar o hoxe de espertares.

Atoparse, entre o queixume morriñento do afiador, o recendo do ar nas noites de lúa minguante empapados na suor dos labregos; afundirse no equilibrio estrepitoso das meigas, das noites de esmorga, dos días de gris néboa que mancan nas pupilas.

E atoparse, atoparse, en redor dunha fraga mesta e húmida que te agarima cos seus tentáculos de herba, atoparse, na Terra: coa Terra; pechar os ollos e, por un intre, non recordar que és unha formiga aplastada no asfalto de Madrid.


martes, 14 de abril de 2009

Felicidades

Hoy, hace 78 años que una República popular y democrática se declaró en el estado español. Una República que, en sus escasos cinco años de mando, hasta la fatídica guerra que terminó por exterminar todo su trabajo , emprendió reformas y medidas que cambiaron por completo los derechos de los españoles y las españolas. La República que redactó la constitución más progresista que España ha tenido hasta la fecha. La República que declaró un estado laico. La República que declaró el sufragio universal. La República que globalizó la educación.
Una República que, de ser la transición tan democrática y transparente como nos hacen y queremos creer, habría vuelto tras los 36 años de condena.

Cada 14 de abril la recordamos, entre banderas y suspiros, esperando que algún día esa palabreja sea más que un recuerdo.

Luchemos por una realidad.

FELIZ DÍA DE LA REPÚBLICA

lunes, 13 de abril de 2009

A la deriva

Por las macetas chorrea
el vaticinio de un ocaso
que pudo haber sido, con la venia,
cuna y abrigo de dioses .

Una lástima porque,
quizás,
ese potencial estimado
se nos perdió en los hedonismos
donde encadenamos el mundo
a esferas de cólera
y no sepultamos el deseo
presa de tentáculos fútiles ;
ahora caminamos sin ánima
y sin pies, y sin camino.

Búsqueda del eterno anfitrión
que nos aguarda entre los despojos.
Muchos, mientras tanto,
construyen hoteles
y se encargan de ofrecer virutas
a los huéspedes cansados.


Esa nunca fue la victoria.

Pero hoy el escudo se me derrite
y, aun a puertas del averno,
quisiera encontrar un felpudo
que dijera welcome home.


domingo, 12 de abril de 2009

Miami [reminds]

Al final, ¿qué deja cada vivencia más que sentimientos aislados, cuajados casi sin querer en esa mole que configura nuestra memoria?
Por ello, y a pesar de las buenas críticas recibidas por mi "reportaje Lonely Planet" sobre Polonia, no escribiré nada similar acerca de Miami; quizás porque eso se puede encontrar en cualquier guía o, en su defecto, en cualquier sitio cutre en internet; quizás porque mi anfitriona allí volverá en menos de un mes y podrá relatar mucho mejor que yo las peripecias del lugar; quizás porque aún el jet lag me hipnotiza y no sé si seré capaz de terminar la entrada sin que me entre una modorra más propia de mosca tsé tsé que de otra cosa.

Coches. Ese es el primer recuerdo. Coches y carreteras. Un sitio sin sitio; una ciudad sin ciudad. Un lugar donde todo se encuentra excluido, unido (puede) por el sentimiento común de pertenecer a Miami, quizás por los Starbucks en cada esquina. Pero es imposible desplazarse sin coches, y los habitantes de Miami lo saben. Es extraño encontrar una carretera de menos de dos carriles, y el dar un paseo por placer se convierte en dar una vuelta en el coche. Pocas calles forman parte del "Downtown" donde sí se puede caminar, como por cualquier ciudad europea, recorriendo las aceras y admirando la belleza (o fealdad) del sitio en cuestión.

Playa. El segundo recuerdo, aunque quizás debería ser el primero. Si algo caracteriza a Florida son sus playas paradisíacas, infestadas de un aire caribeño que las hace todavía más proclives a ser la típica foto de postal. Playas que se alargan kilómetros y kilómetros alejándose de su lugar de origen, y teniendo como constante nada más y nada menos que unas aguas de un azul más intenso que el cielo. Es común, además, encontrar un faro en cada playa, lo cual la convierte en algo mágico, bohemio, propio de cuentos de hadas y robinsones apátridas. Las playas de los Cayos no tienen nombre. Son lo más parecido al Paraíso (tal y como lo pintan) que he conocido nunca. Mas no creo que las cambiase por un paseo a la luz de la luna con los pies descalzos sobre South Beach, con toda la calma de la noche, observando como, a sólo unos metros, los clubs y discotecas se rinden al poder de mi próximo recuerdo.

Jarana. No la viví muy intensamente, seamos sinceros, pero se respira en cada pedazo de Miami. ES Miami. Los looks de las chicas y los gestos de los chicos no dan pie a otras interpretaciones: Miami es sexo, alcohol y desmadre. La música intensa (normalmente hip hop o reggaeton) y las luces de neón acompañan cada paseo, sea donde sea, y prácticamente a cualquier hora. Los coches se lucen junto a personajillos propios de The fast and the furious, y los latinos sacan sus colmillos durante la noche miameña, cuando los famosos rascacielos cierran sus puertas y la ciudad abre las suyas a un nuevo ambiente, a la locura y el descontrol.

Opulencia. Quizás esa palabreja podría resumirlo todo. Al final todo es un juego de muestra, una representación de cara al público que quizás debería contrastar en próximos viajes a EEUU para cerciorarme de si es una característica yanki o sólamente de Miami. Creo, realmente, que es lo primero pero que se ve agravado por lo segundo. Todo resulta una pasarela en la que la gente enseña su riqueza, sus posesiones, su magnificencia. Desde los espectaculares coches, hasta la ropa de marca y las joyas más escandalosas. El lugar de encuentro en Miami son los malls (centros comerciales). Hay uno cada dos pasos. En ellos se concentran los restaurantes de moda y las tiendas más lujosas, junto con alguna otra un poco más asequible; perfumerías, joyerías y tiendas de productos exclusivos, sean los que sean. No cierran hasta muy tarde y abren domingos y festivos. Nada sería lo mismo sin ellos. Sin el consumismo, que llega a ser obsesivo, y convierte la valía de una persona en una fórmula matemática tan simple como la suma de sus posesiones multiplicada o dividida (en cada caso) por dos dependiendo de su apariencia física. Los coches, las playas y la fiesta. Todo forma parte de esa interpretación constante, de esa manifestación de poder que se concentra en cada esquina. Sólo las palmeras, ajenas a todo esperpento, discurren tranquilas por el devenir de las horas de sol y brisa, observando desde lejos y riéndose del culebrón mientras acarician las arenas aterciopeladas.
Arancha Rodríguez fue en Miami una palmera.