domingo, 27 de septiembre de 2009

Dicotomías


Las ganas atrapan miseria
entre festejos
donde no se recoge el vino ni se
recitan heridas.
El dulce agosto gris, con-
tigo, y nuestras lunas; la serenidad,
y las fauces abiertas
del torbellino del miedo.

Todas las úlceras rotas
llevan los dedos entrelazados.

La ausencia de ritmo en
este baile de quietud mimosa.
Marchito el tiempo, tan joven,
espontáneamente calculado
su compás de vicio,
y los trotes elegantes de
la noche]
en el alféizar del ocaso.

Todo ha cambiado. La diferencia de
volver a lo mismo.


Y el primer último poema
desde hace mucho, mucho tiempo.

lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Quién eres tú?

Preocupada por mi falta de libro de cabecera desde hacía, exactamente, 21 horas, rebusqué entre los bolsos y las chaquetas hasta encontrar un poco de calderilla que, en su conjunto, me permitiera al menos agenciarme un librito pequeño, casi insignificante, pero que consiguiese su objetivo principal: entretenerme un poco y librarme de las largas y trágicas horas de espera.
Tras esta ardua labor, me encaminé hacia la librería más próxima, y sin pararme ante el estante de novedades y grandes libros de tapa dura, me dirigí hacia el único lugar a donde podría dirigirme siendo realista con mis posibilidades monetarias: el estante de esos pequeños libros de bolsillo, (tal vez llamados así, no tanto por su tamaño, sino porque son los únicos adecuados a todos los bolsillos); ésos de letra tan pequeñita que mi incipiente miopía me obliga a pegarme a menos de un palmo de sus hojas, como si rastreara oro entre torrentes de papel rugoso pero que, al fin y al cabo, siguen albergando las grandes obras de la literatura universal entre cartón barato y que realizarían bien la función que yo les tengo encomendada.

Entre mi condición de galega y el hecho de haberme despertado con el día indeciso, pasaron los minutos sin que yo pudiera decidirme por uno de ellos. Ninguno me llamaba demasiado la atención, no había mucho donde escoger, y mi mano le daba vueltas enérgicamente a esos pequeños estantes postizos de plástico de las colecciones de Anagrama y Cátedra sin que mis ojos se fijasen ni por una vez en alguna portada concreta. Al fin, adiviné entre los libros un par de títulos interesantes, aunque ninguno de ellos me susurró al oído "cómprame".

Entre Ibsen y Kadaré encontré escondido "Retrato de un artista adolescente"; bien es cierto que cuando leí "Dublineses" no me entusiasmó, pero tenía ganas de leerme ese libro y nunca lo había visto en edición barata. Tras leer la contraportada, me dispuse a proseguir con el ritual que llevo a cabo cada vez que compro un libro: pasar sus páginas mientras rozo el papel y, en un momento de despite del librero de turno, olerlo. Pero antes de que pudiera continuar con él, y mientras pasaba las páginas con soltura, pude vislumbrar que, por la mitad del libro, había un pequeño trozo de papel doblado que contenía algo escrito en bolígrafo azul. No me atreví a mirar qué era; sólo estaba segura de que no se trataba del precio ni de ninguna otra cosa rutinaria, sino que aquello era un regalo, un plus a la novela, una señal de que debía llevármela. De repente, me sentí como en un libro de Los Cinco: sólo me faltaban los shorts y las galletitas de jenjibre.
Mirando a ambos lados, como si alguien pretendiese arrebatarme a mi recién conseguido tesoro, lo estreché entre mis manos y me acerqué a la caja para pagarlo. No podía esperar a llegar a casa y descubrir de qué trataba aquel papel misterioso. ¿Sería el mapa de un tesoro? ¿Una declaración de amor, quizás? ¿Un código secreto de espionaje?

Me senté en el sofá, y lentamente, abrí el pequeño papel doblado. Lo que se encontraba en él no era ni más ni menos que un poema, un poemilla escrito con pequeña letra cursiva que se doblaba levemente hacia el lado derecho en boli bic azul. Y el poema venía firmado. Su autor o autora firmó como Pérez Duarte.
Tras releer el poema unas cuantas veces, pensé en el tal o la tal Pérez Duarte. No sé quién es, probablemente nunca lo sabré. Pero su pequeño poema escrito en un pedazo de papel doblado me ha otorgado unos de los momentos más deliciosos de estos últimos días. El descubrimiento del poema ha llenado de romanticismo un día como cualquier otro, hasta tal punto que he decidido hacerlo alguna vez en mi vida. Nunca sabré a qué Arancha podré alegrar. Quizás ninguna Arancha lo encontrará; quizás escoja mal el libro y nunca lo compre nadie o se le caiga cuando vaya a pagarlo o el susodicho comprador decida que es mejor tirarlo a la papelera para no entorpecer su lectura.

Pero puede, también, que me convierta en otra Pérez Duarte (persona misteriosa y anónima que deposita poemas de estupenda caligrafía entre libros de bolsillo alegrando el día de chicas como yo).

Y, de paso, he agregado una nueva definición a mi diccionario.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Esperas y postales

Los días de hacer tiempo son días incómodos y prescindibles. Erigen sus 24 horas como fortalezas rodeadas de catapultas, a la espera de un disparo acertado a un sistema nervioso cada vez más cansado de esperar. ¿Esperar... para qué? A veces, simplemente, para volver a la rutina. Otras veces, para encontrar nuevas emociones. Alguna vez, incluso, para despejar incógnitas.

En esta vida que son dos días, de gripes A’s y cánceres varios, la impotencia se adueña de aquellos que, como yo, pretenden ser felices a cada instante sin conseguirlo. A veces el carpe diem no sólo depende de uno. A veces, brujas disfrazadas de princesas juegan a amargar un poco más ese tablero de la vida que ya de por sí rezuma abulia. Otras veces, el tiempo nos juega malas pasadas, apremiando nuestros corazones y nuestros párpados, hasta descubrir que es mucho, demasiado el tiempo hasta llegar a la meta.

Los minutos consecutivos se tornan idénticos ante la ausencia de ruido, de inquietud, de movimiento. Demasiadas miradas impacientes a demasiadas pantallas vacías. La incesante búsqueda de causalidad se vuelve monótona y pierde el sentido. El deseo del futuro, la duda de lo que vendrá se torna fervor entre días que parecen clones herméticos y aburridos de una misma jornada exenta de vida.

Y, en estos días de publicidad, de paréntesis alargado, una postal perdida que encuentra su legítimo lugar entre montañas de espera. Una imagen que mira de soslayo y exclama satisfacción.
Porque a veces la espera también es esperanza.