sábado, 21 de noviembre de 2009

Perder


De tanto miedo a perder, nunca ganamos nada.

Arriesgarse es, también, la temida posibilidad de caer. De volver al foso; quizás, a uno más hondo.
No movemos ficha por temor a los cataclismos, a los daños colaterales que nos han de hacer padecer lo impadecible. Al hermano feo de los quizases.

Las variables externas, imprevistas y sofocantes, nos hacen perder el norte en ese océano de hipótesis que cualquier mente, no especialmente brillante, se plantea ante los retos.

A mi padre, el pelo se le va poniendo gris. Eso es porque los años pasan y, sin darme cuenta, yo ya he llegado a mi segunda década. Qué sentido tienen los días sin sentido, me pregunto a veces. De qué sirve sístole sin diástole, aurora sin crepúsculo, lágrima sin su eminente sonrisa.


A veces, perder no es fracasar. Perder es no intentarlo. Perder es traicionarse. Perder es dar a la espalda al anhelo .
Preguntarse, irremediablemente, qué quiero, y no acudir en su búsqueda. Cadena perpetua en la cárcel de los "y si..."


Perder, queridos amigos, es renunciar.