domingo, 21 de febrero de 2010


Non se preocupar,
dicía o emigrado;
desta ledicia morbosa
de meixelas esgotadas
aínda non saiu verba
nin semellante a "agarimo".

Mentiras piadosas

Pequeñas y socialmente justificadas, las mentiras piadosas se extienden por el mundo de los honestos justificando la imperfectibilidad humana, sin quicios de arrepentimiento o redención.
El concepto de mentira piadosa, (en principio, mentiras que se contaban para no herir a alguien, por piedad) se ha acrecentado y hoy por hoy se entiende por cualquier pequeña mentirijilla.
Para el mentiroso, algo sin importancia; para el mentido, un daño que no puede reprobar. Porque es una mentira piadosa. Y nadie se queja de una mentira piadosa. (Aunque mentira, al fin y al cabo).
La tremenda capacidad del hombre para mentir, para dar la espalda a la sinceridad y abominar lo puro de su ser se plasma en aquellos que luchan por ser mejores en las pequeñas y casi insignificantes mentiras piadosas. Todos hemos mentido, muchos mienten a gran escala, entonces ¿qué más da una mentirijilla?
Quizás, también, las mentiras piadosas son el cerco de los cobardes, de aquellos que no se atreven a confirmar lo que bajo pequeños anuncios están dando a entender; los que se aterran al pensar en grandes mentiras, por temor a las consecuencias. La mentira piadosa está fuera de la sanción social y lucha en terreno amigo.
Las mentiras piadosas son la forma más fácil de jugar para los miedicas, para aquellos que no se arriesgan a perder nada, pero sí quieren ganar. Son su alter ego, la capa que está bajo todo ese manto de moralidad y ética. Son ludópatas sin grupo de rehabilitación. Y pervierten sus mentiras, cada vez menos piadosas, aunque igualmente pequeñas; y su escudo es el del tabaco: droga, sí, pero legal.

La pregunta a plantear sería exactamente si podría legitimarse un enfado en base a una sucesión de pequeñas mentiras, como si todas, al unirse, formaran una grande, o si, por el contrario, el derecho sólo ampara al mentiroso y, los demás, exageran.
Dada la necesidad del ser humano de probar el lado oscuro (véase Anakin Skywalker), parece que, por ahora, habrá que seguir contentándose con lo segundo, o todos los seres humanos estaríamos condenados. Y el castigo colectivo basado en la autocrítica; no, eso sí que no se contempla.

miércoles, 17 de febrero de 2010

El mundo al revés

PRÓLOGO

Entonces, el apuesto príncipe la besó, y la princesa abrió los ojos después de sus innumerables años de letargo. Todo aquello que había vivido no eran más que pesadillas, y ante ella se extendía un hermoso mundo, el mundo real. Se incorporó levemente y pudo observar como en su primoroso vestido no habían pasado los años.
Entonces, miró al príncipe a los ojos. Él continuaba en la misma postura en la que la había librado de su maldición. Al chocar con su mirada, sus ojos derramaron ternura. Con suavidad, asió su mano y susurró: "He venido de tierras muy lejanas, atravesado pantanos y ríos, desiertos y llanuras, sólo por vos. Y ahora, ¿me haríais el honor de ser mi princesa?".
La princesa asintió con dulzura y una sonrisa se dibujó en sus labios. A lo lejos, en la cima de una montaña increíblemente verde, se erguía un hermoso castillo. El príncipe la cogió entre sus brazos y la subió, junto a él, en un vigoroso corcel que comenzó a cabalgar rumbo a la cima.
Los brazos del príncipe asían su torso. La princesa sonreía.
Los cabellos de la princesa acariciaban su rostro. El príncipe sonreía.
Y fueron felices para siempre.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Insignificancia

Soy insignificante. Esa es mi única certeza.
Insignificancia rezumo por todos mis poros; soy aguardiente mal cerrado, picado por la viruela del destierro.
Qué insignificante soy.
Nada se mueve a mi compás, nadie estruja la maquinaria y se consuela con ver mis ojos en los atardeceres, porque soy insignificante, una más en este rebaño de invisibles.
Insignificante. Ninguna calle tendrá mi nombre y ningún papel alumbrará mis rasgos, porque lo soy: insignificante.
Nadie nos libra de la insignificancia. A veces, sí, pero, oh, no.
Me llaman por mi nombre, y resuena como un eco eterno entre las paredes de mi gruta; me reclaman, sí, pero luego tornarán sus costados y volverán a sus madrigueras, a su devenir constante y a lo que verdaderamente importa y significa.

Hoy, más insignificante que nunca, en una cama pequeña y hundida, rodeada de polvo y madrugares. Quién abrirá la ventana para intentar atisbarme, me pregunto; quién elige mi pensamiento como lecho de ilusiones. Quién penetra en mis oídos con palabras que acarician.

Qué significa significar.

Todo es una gran mentira.

martes, 2 de febrero de 2010

Nunca Jamás


Hoy os observo desde mi trono y alzo mi copa por vuestra desgracia.
No cabe la menor duda, estáis condenados.

Los castillos de cartas no son muy resistentes, y la obra termina con el primer aplauso. Pretendéis ser todo lo que muestra la pantalla: color, luz y arbitraje. Y yo sólo veo venas e intestinos machacados.
Las metáforas no sirven sino en los libros, y las sonrisas se caducan; los dientes se van oscureciendo ante la comparsa de demasiados cigarros empapados de clichés. No, Bohemia no era esto.
Apartáis los compromisos como quien elude una encerrona y, sin embargo, sois tan hermosamente tristes como cualquiera. Vomitáis empalago.
Las ropas, cuidadosamente descolocadas, y la música tan caótica que resulta armoniosa. Sois una simpática imagen corporativa.
Permanecéis en vuestro sillón de orejas, algún día viajaréis por el mundo y convertiréis el aire en sueños, sí, algún día... Mientras tanto, olvidar, permitir. Siestas.
Óxido.
Burbujas de papel maché; no tenéis sabor ni cadencia. Nadie os escoge ni os aparta, sois etéreos, tan divinamente presentes que vuestra ausencia ni se percibe.
No conocéis el sacrificio. Sí la traición. (Creo que la llaman diplomacia).
Absolutamente erguidos, sí, sois gigantes de mármol; sólo las grietas dejan de paso a vuestro yermo interior.
Vacío.

Hoy, sólo me inspiráis desprecio. Os habéis encadenado a la nada. A la soledad eterna, al desvío, el errar. Y ya no queda mucho tiempo; Nunca Jamás no dura para siempre.