viernes, 9 de octubre de 2009

Capítulo 1

Auscultando la pestilencia de sus deshechos se hacía posible adivinar restos de whisky de malta, un par de camisas mugrientas y aparentemente, sudadas desde hacía días, naranjas podridas sobre la repisa de la ventana (procedentes de aquella vez en la que había decidido firmemente que tomaría vitamina C) y un recuerdo, el recuerdo de su sombra en el espejo del armario bañado en la impotencia y la soledad de la masturbación entre sábanas frías.

Ahogado por su propia existencia, decidió poner fin al encierro en aquella ratonera casi acogedora que en ocasiones llamaba hogar. Decidió salir, salir a beber del aire contaminado de una ciudad demasiado inmune a las personas; demasiado proclive a los autómatas. La calle, sus chicles pegados a las baldosas de color gris marengo, los chillidos de los niños recién salidos del colegio y la neblina espesa que amenazaba con reducir todavía más su visión, consiguieron, sin embargo, despertarle.

Había algo en aquella rutina sórdida, en aquel devenir de hogueras alimentadas de sueños, que resultaba entrañable. Como una pálida mañana de Navidad rodeada de miseria y desperdicio, pero mañana de Navidad a fin de cuentas. Su mudo respeto conversaba con la ciudad a gritos, ofreciéndole sus minutos de gloria, aquellos en los que su relación con el resto de la raza humana trascendía las meras ilusiones y se traducía en roces en el autobús, miradas de soslayo en la carnicería, secos saludos en el estanco.

En ocasiones, como aquella tarde húmeda, porque eso era lo que era, húmeda, se imaginaba viviendo así por siempre y ni siquiera le producía pavor. Cinéfilo como era y ávido de conocimiento, podría pasar el resto de sus vidas entre libros y películas, durmiendo muchas horas y bebiendo si por algún motivo no lo conseguía. La escasez de ingresos haría su experiencia más emocionante, y los frecuentes paseos, como aquel mismo, endulzarían su día a día con toques de realidad. Incluso podría escribir una novela con algo de tesón y esfuerzo diario.

Su pensamiento, a pesar de todo, acabó en ella. Su figura curvilínea tras el tocador y los tres besos de cada despertar. Dulces mieles de todos los días con el perfume que nunca reconoció hasta que se fue; las distintas tonalidades de rojo de su carmín; esporádicas estampas de sonrisas almibaradas.

La calle enmudeció entre su gris.
Otra vez la misma sensación.
Desengáñate, estúpido. Esto no es vida.





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