Ocurre a menudo, cuando se lee, cuando se piensa o, simplemente, cuando se da la coyuntura, que se descubren cosas tan maravillosas como que éso, ese tema al que tantas vueltas le has dado sin encontrar respuesta alguna y sintiéndote totalmente incomprendido, ha sido ya pensado, interpretado y valorado por alguna otra persona con mayor capacidad intelectual y de expresión que la tuya. Esta situación, en lugar de convertirse en envidia, se convierte en un gran sentimiento de empatía e identificación que se intensifica todavía más cuando la persona en cuestión parece haberse colado en tu mente y descrito tus sensaciones al milímetro. Esto me ha ocurrido con el libro Amor líquido del sociólogo polaco Zygmunt Bauman; en principio, otra lectura más para la facultad; al final, la (in)satisfacción de que mis tesis sobre las relaciones humanas no están tan desencaminadas o, al menos, eso afirma a su vez un experto en sociología contemporánea.
Bauman llama a los tiempos actuales "modernidad líquida". Proviene este adjetivo de la facilidad de "escurrirse", de la fragilidad e inestabilidad de la misma. Pues bien, en la modernidad líquida, las relaciones afectivas también se han licuado.
El concepto de amor ha cambiado para dar paso a relaciones efímeras, sin apenas conexión, que pretenden reivindicar la "independencia" tan enarbolada en el siglo XXI, mas que a su vez evocan a la raza humana a la frustración, la incomprensión y la falsa felicidad. Se asocian los vínculos fuertes a la falta de libertad
Como sociólogo que es, Bauman asocia este cambio al cambio producido en la propia sociedad. El problema es cómo adaptar las necesidades afectivas del ser humano a ese modelo social que "prohíbe" las mismas. Claramente, algo sobra. Y el 99% de la humanidad claudica, y prioriza la integración en la masa a unos sentimientos que, en mayor o menor medida, todos tenemos. Nos sentimos avergonzados de nuestro cariño, nos sentimos avergonzados del cariño de los demás y procuramos mostrarnos distantes y fríos en aras de mostrar nuestra seguridad en nosotros mismos. ¿Significa eso que una persona tierna o afectuosa no es una persona segura de sí misma? No a ojos de la realidad social. Pero, sin embargo, esa persona será probablemente más segura que todos esos ojos que la observan con aire de reprobación, porque se atreve a mostrar sus verdaderos sentimientos aun a pesar del comportamiento generalizado.
Menciona también Bauman la relación directa entre la sociedad de consumo y las relaciones personales, y dice que, hoy en día, las personas se ven más que como personas como bienes de consumo, siendo valoradas a partir del placer que puedan otorgar. Una sentencia dura, mas (a mi buen ver) real. Se prefieren las relaciones superficiales, líquidas, que proporcionan placeres efímeros, bien en forma de sexo o de unas risas después de comer a relaciones más estables, más profundas, relaciones que pueden proporcionar los mayores éxtasis de felicidad, mas también momentos de tristeza y preocupación. Y, como bienes de consumo que somos las personas (me incluyo en el bote) no hay ningún problema en cogernos y tirarnos a la basura cuando ya no funcionamos. Viéndolo de una manera simplista, soy una mopa. Sirvo (tanto yo como cualquiera) para limpiar el polvo que se asoma por entre las rendijas de las estanterías, pero para poco más. Cuando ya estoy demasiado sucia, se me tira. Y, desde luego, nadie se preocupa por limpiar mi superficie, pero tampoco su propia profundidad. Porque esas estanterías siguen teniendo polvo, aunque ese polvo no se vea.
Este comportamiento muestra, pues, un profundo egoísmo. Y esto lo hilo con el último concepto de Bauman que ha puesto en funcionamiento mis lacrimales: el de amor propio. ¿Qué es el amor propio? A fin de cuentas, nada más y nada menos que la esperanza de ser amados. En el momento en que esa esperanza se pierde, se produce al autoaborrecimiento. Y es que el ser objeto de un amor arranca a la persona de "entre todo el mundo" y la convierte en un "alguien bien definido": la hace especial. Siguiendo con esta dinámica de afectos reprimidos, relaciones fugaces y amores líquidos, criamos una raza de autómatas que, además, nunca serán verdaderamente felices.
Ponéos a pensar en todas esas balletas que habéis tirado a la basura, en esas oportunidades de convertiros en alguien especial que perdísteis por miedo a la marginación, a la pérdida de independencia o al sufrimiento por otro que no eráis vosotros mismos. Planteaos el polvo que hay en vuestras repisas; el de las demás estanterías. Hacedlo, por favor, y luego reid, si queréis, reid a costa de esta mopa perteneciente a la masa de las mopas, a la que nadie se ha empeñado en definir jamás.