viernes, 5 de marzo de 2010

Espacio de incertidumbres

La religión, el destino, los líderes. Diversos modos de concebir el concepto de fe, creencia o, simplemente, relax.
El creer en algo superior que, en el fondo, gobierna nuestra vida, nos permite vivir con mayor tranquilidad, conforme a nuestros límites. Hasta el más fuerte de los hombres es incapaz de concebir su vida por sí solo, sosteniendo todos y cada uno de los pilares que la mantienen. Hasta Sísifo se quebraba y reposaba unos segundos antes de volver a bajar el monte en busca de su piedra.
La vorágine de la vida nos engulle y nos salpica de responsabilidades e injusticias, a veces tales que es imposible no creer en algo para poder seguir viviendo. Las esperanzas, dicen, construyen a los hombres más que lo que propiamente son. Sus sueños, sus ilusiones, constituyen su meta, su proyección interior. Esta meta sería inalcanzable sin la fe.
Precisamente porque tanto la idea de un Dios, como de un líder superior e intocable, como la misma idea de destino se mantienen porque son improbables, en el sentido más literal de la palabra. No puede ser probado si existe o no existe el destino, o si existe o no existe Dios; por ello, a pesar de los escépticos, aquellas personas que creen continúan creyendo, y su fe es tal que, a veces, incluso consigue cosas por sí sola (he ahí el poder de la mente).

Creyentes, ateos, agnósticos. Todos estaremos de acuerdo en que no somos capaces de construír nuestra existencia solos o, al menos, no sin ilusión. Nos aterra pensar en que todo, incluso nuestra aparición en el mundo, es una maldita casualidad; en que nada tiene sentido, en que construímos nuestra vida sin camino y sin meta, y los senderos del azar nos llevan allí donde llegamos, sin importar nuestro esfuerzo o dedicación. Sin duda tenemos miedo; tenemos miedo (en el fondo) de conocer la verdad, una verdad lapidaria que nos deje sin aliento y sin estima.
Por ello, construímos nuestro mundo sobre incertidumbres; lo desconocido nos hace inmunes a los males del futuro. Lo desconocido permite a la niña soñar con países de princesas y dragones, al anciano con unos cuantos años más de reposo. Las incertidumbres nos poseen y arraigan nuestras creencias en el lejano distrito de lo metafísico. Incluso el amor: el amor tangible, el amor personalizado, no es más que una incertidumbre. Como Dios o el destino, el amor nos eleva, nos permite soñar y esperanzarnos, pero ¿cuánto durará ese amor? ¿en qué grado se nos ama? ¿somos realmente queridos?

(...)

Porque, por hoy, la única certeza es que estamos vivos. Y podemos soñar con mañana porque, ay, mañana forma parte del ensueño.

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