arrastra su voz al desfile.
Quiere volver la vista
pero le duelen las manos
de rogar.
Transitan las aceras
los cientos de hombres malos
que roban los azares,
y él sólo quiere otro rumbo
y una pipa.
Una ola de sollozos de poniente.

Cómo no olvidar a ese hombre
de lana roja
que inunda los portales.
Sus incendios no provocan.
Aún.
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