sábado, 22 de mayo de 2010

Moribundo como un consuelo
arrastra su voz al desfile.
Quiere volver la vista
pero le duelen las manos
de rogar.
Transitan las aceras
los cientos de hombres malos
que roban los azares,
y él sólo quiere otro rumbo
y una pipa.
Una ola de sollozos de poniente.

















Cómo no olvidar a ese hombre
de lana roja
que inunda los portales.

Sus incendios no provocan.
Aún.

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