miércoles, 24 de marzo de 2010

El grotesco espectáculo del espectáculo

Asisto con relativa impunidad al famoso vídeo de la Generación Ni-Ni que el Instituto de la Mujer ha denunciado por mostrar "abusos". A mitad de vídeo, con los ojos llenos de espanto, tengo que darle a pausa y preguntarme qué estoy haciendo en Periodismo, y si alguien considera eso información.
Agravios, vejaciones, humillaciones (y podría decir más sinónimos) se reflejan en ese vídeo, en el que los chicos del centro agreden a sus compañeras, llamándolas guarras y putas e imitando escenas sexuales en contra de la voluntad de ellas. Ese programa, que en sí ya me olía a chamusquina, tiene en principio como propósito la rehabilitación de estos chicos. Sólo tuve el placer de verlo una vez, en la que los encargados del centro ponían en jaque a ese mismo grupillo por haber llevado porros al programa. Sin embargo, cuando esta pandilla de salvajes (por no decir cosas peores) ejercen violencia contra sus compañeras, no sale nadie de la dirección a impedirlo; nadie recompone esa escena con algo de sentido común; nadie les reprende y los expulsa del programa. No, la cámara sigue grabando, con absoluta frialdad, como las chicas son víctimas de sus insultos.
¿Qué pretende eso? ¿Una visión realista del asunto, en el que el vídeo ejerza una función redentora sobre los espectadores? Probablemente esa será su hipótesis. Pero a mí me parece puro morbo televisivo llevado a la enésima potencia; un programa que alardea de recuperar "casos perdidos" de chicos jóvenes que entran allí siendo unos crápulas y salen hechos y derechos; un programa que se estableció como el paradigma de las denuncias a esa generación de vagos que ni estudia ni trabaja; un programa de una cadena muy progresista que pretende romper con la hegemonía de las cadenas neutrales...
Y no es más que algo que nos hace saltar las lágrimas a unos pocos; nos hace saltar las lágrimas porque esto es en lo que se ha convertido el mundo: los medios, las personas, el aprendizaje. En un show de Truman constante que se inmiscuye en guerras de audiencia a base de cuantas más cosas desagradables mejor. Y lo peor es que habrá quien seguirá viéndolo, con palomitas en la mano, como si de una escena bélica más se tratara; se reirá o llorará, pero seguirá viéndolo, disfrutando con su falta de pudor, su violencia, su escándalo.
Y es que en el fondo, a pesar de nuestras convenciones sociales, nuestra naturaleza no parece haber cambiado. ¿En qué se diferencia eso del circo romano, lugar de ocio por excelencia, al que se asistía para ver morir a los gladiadores? Quizás en que llega a más gente y en que, por ahora, no muere nadie. Por ahora.
Qué lamentable que, en una sociedad que se rige por la experiencia mediática, los medios sean esto. Qué lamentable que las personas sigan demandando productos como este. Qué lamentable que se informe sobre las muertes por violencia machista con cierta apariencia de denuncia y luego esas mismas empresas se nutran de casos como este. Qué lamentable que tenga que estar escribiendo esto...


Aquí dejo el vídeo que ofrece algunas de las imágenes (no todas, el completo ha sido censurado). Para quien tenga estómago para verlo.

lunes, 8 de marzo de 2010

Feliz día de la mujer trabajadora


A mi entender, en este caso, hay dos tipos de mujeres: las que se sienten identificadas con este día y las que no. Las segundas probablemente aludirán cuestiones como la superficialidad, lo políticamente correcto o lo inútil. Yo, por mi parte, me considero de las primeras, y creo que este es un día que nos hace recordar (tanto a mujeres como a hombres) todo aquello que las mujeres consiguieron a lo largo de los siglos, a base de esfuerzo y sacrificio: la lucha por la igualdad.
Pero no sólo nos recuerda la consecución del sufragio, la educación mixta, el paso del ámbito privado al ámbito público y la condena de sucias tradiciones tan enraizadas como la violencia machista, entre muchas otras cosas. Hoy es un día que nos recuerda que somos mujeres y que debemos trabajar por y para nosotras.
Los retos de la mujer, hoy, no consisten ya en salir de casa, conseguir un empleo y emanciparse. Y probablemente eso piensen aquellos que tachan este día de anacrónico. Los retos de la mujer, hoy, consisten en atravesar ese techo de cristal que arruina la bonita estampa de las mujeres trabajadoras, pero también en decidir quedarse en casa si así se prefiere, o en trabajar toda la vida en un puesto inferior, si se es feliz. Los retos de la mujer, hoy, consisten en compaginar familia y empleo, pero también en centrarse en la familia o en el empleo, si así se escoge. Los retos de la mujer, hoy, consisten en explotar su libertad sexual al máximo: tanto si esto se traduce en acostarse con cuantos hombres se pongan por delante como si supone morir virgen. Los retos de la mujer, hoy, consisten en asumir lo que nuestras antepasadas consiguieron y ponerlo en práctica desde la idea de la libertad. Ya que, ¿por qué luchaban, sino?
Una mujer hoy lucha por escoger su propio camino, por meditar qué prefiere hacer con su vida, teniendo a su alcance muchas más posibilidades de las que se le brindaban hace 50, 100 ó 200 años. Una mujer puede abortar, o no; puede tener una esposa, o no; puede fecundarse en un laboratorio, o no. Pero ante todo, una mujer es libre de escoger. Y si no es así, eso sí debe cambiarse. Y probablemente sea un reto incluso más difícil que el de nuestras compañeras del pasado. Una vez conseguido lo más objetivamente visible, ¿qué es de la mujer? ¿Qué más pretende conseguir?
Pues, en el fondo, lo mismo por lo que en el medievo luchaba Cristina de Pizzano, en el siglo XIX Cady Stanton y, más cercanas a nuestros días, Simone de Beauvoir, Betty Friedan o Kate Millett. La libertad y la igualdad. Dos conceptos que suenan tan abstractos que parecen disolverse en sendas tazas de té en cafés chic, pero que significan algo para aquellos y aquellas que aún creen en las grandes luchas.
Los retos de la mujer, hoy, consisten en ser persona, ante todo. En tener o poder tener lo mismo que un hombre; en elegir o poder elegir lo mismo que un hombre; en abandonar, una vez y para siempre, las barreras de todo lo discriminatorio.
Para luego luchar, ya, por la libertad en abstracto. Y eso, para todos.

viernes, 5 de marzo de 2010

Espacio de incertidumbres

La religión, el destino, los líderes. Diversos modos de concebir el concepto de fe, creencia o, simplemente, relax.
El creer en algo superior que, en el fondo, gobierna nuestra vida, nos permite vivir con mayor tranquilidad, conforme a nuestros límites. Hasta el más fuerte de los hombres es incapaz de concebir su vida por sí solo, sosteniendo todos y cada uno de los pilares que la mantienen. Hasta Sísifo se quebraba y reposaba unos segundos antes de volver a bajar el monte en busca de su piedra.
La vorágine de la vida nos engulle y nos salpica de responsabilidades e injusticias, a veces tales que es imposible no creer en algo para poder seguir viviendo. Las esperanzas, dicen, construyen a los hombres más que lo que propiamente son. Sus sueños, sus ilusiones, constituyen su meta, su proyección interior. Esta meta sería inalcanzable sin la fe.
Precisamente porque tanto la idea de un Dios, como de un líder superior e intocable, como la misma idea de destino se mantienen porque son improbables, en el sentido más literal de la palabra. No puede ser probado si existe o no existe el destino, o si existe o no existe Dios; por ello, a pesar de los escépticos, aquellas personas que creen continúan creyendo, y su fe es tal que, a veces, incluso consigue cosas por sí sola (he ahí el poder de la mente).

Creyentes, ateos, agnósticos. Todos estaremos de acuerdo en que no somos capaces de construír nuestra existencia solos o, al menos, no sin ilusión. Nos aterra pensar en que todo, incluso nuestra aparición en el mundo, es una maldita casualidad; en que nada tiene sentido, en que construímos nuestra vida sin camino y sin meta, y los senderos del azar nos llevan allí donde llegamos, sin importar nuestro esfuerzo o dedicación. Sin duda tenemos miedo; tenemos miedo (en el fondo) de conocer la verdad, una verdad lapidaria que nos deje sin aliento y sin estima.
Por ello, construímos nuestro mundo sobre incertidumbres; lo desconocido nos hace inmunes a los males del futuro. Lo desconocido permite a la niña soñar con países de princesas y dragones, al anciano con unos cuantos años más de reposo. Las incertidumbres nos poseen y arraigan nuestras creencias en el lejano distrito de lo metafísico. Incluso el amor: el amor tangible, el amor personalizado, no es más que una incertidumbre. Como Dios o el destino, el amor nos eleva, nos permite soñar y esperanzarnos, pero ¿cuánto durará ese amor? ¿en qué grado se nos ama? ¿somos realmente queridos?

(...)

Porque, por hoy, la única certeza es que estamos vivos. Y podemos soñar con mañana porque, ay, mañana forma parte del ensueño.