sábado, 12 de septiembre de 2009

Esperas y postales

Los días de hacer tiempo son días incómodos y prescindibles. Erigen sus 24 horas como fortalezas rodeadas de catapultas, a la espera de un disparo acertado a un sistema nervioso cada vez más cansado de esperar. ¿Esperar... para qué? A veces, simplemente, para volver a la rutina. Otras veces, para encontrar nuevas emociones. Alguna vez, incluso, para despejar incógnitas.

En esta vida que son dos días, de gripes A’s y cánceres varios, la impotencia se adueña de aquellos que, como yo, pretenden ser felices a cada instante sin conseguirlo. A veces el carpe diem no sólo depende de uno. A veces, brujas disfrazadas de princesas juegan a amargar un poco más ese tablero de la vida que ya de por sí rezuma abulia. Otras veces, el tiempo nos juega malas pasadas, apremiando nuestros corazones y nuestros párpados, hasta descubrir que es mucho, demasiado el tiempo hasta llegar a la meta.

Los minutos consecutivos se tornan idénticos ante la ausencia de ruido, de inquietud, de movimiento. Demasiadas miradas impacientes a demasiadas pantallas vacías. La incesante búsqueda de causalidad se vuelve monótona y pierde el sentido. El deseo del futuro, la duda de lo que vendrá se torna fervor entre días que parecen clones herméticos y aburridos de una misma jornada exenta de vida.

Y, en estos días de publicidad, de paréntesis alargado, una postal perdida que encuentra su legítimo lugar entre montañas de espera. Una imagen que mira de soslayo y exclama satisfacción.
Porque a veces la espera también es esperanza.

No hay comentarios: