jueves, 11 de diciembre de 2008

En otra piel


Hoy, post breve y de desahogo. Después de 6 horas de viaje, con desajustes hormonales de por medio y un asombroso dolor de espalda, el cuerpo no me da para mucho más. Parece que el efecto de la cama milagrosa de Ourense se va desvaneciendo de mis vértebras mientras mis inseguros pies pisan el suelo de la portería del Chami, mientras entran en mi cuarto, más sucio si cabe que cuando lo abandoné unos días atrás, mientras buscan, incesantes, unas zapatillas cómodas. Mañana, clase, taller de inteligencia emocional y cena con Pepe Domingo Castaño. Ni más ni menos. Un lujazo. Pasado, Fiesta de Navidad. Al otro, Navirock. El domingo, mejor dejárselo a la resaca y a repasar levemente el examen que me aguarda el lunes.

Podría decirse que mi vida, al menos estos días, es más dinámica que aburrida. Podría decirse... Y, sin embargo, no sé si es que aún no he aterrizado, que estos días de puente y descanso no han servido más que para masajear la parte más superficial de mis preocupaciones, pero sigo sintiendo lo mismo. Muy a pesar de las variadas e interesantes actividades que me ofrece mi programa cotidiano. Y es que, no puedo evitarlo, cada vez que me acuesto, que cierro los ojos, que siento que el sueño se apodera de mí, deseo despertar al día siguiente en otra piel. En otro cuerpo, en otra mente. Con otros ojos, y otra forma de ver; con otras manos, y otra forma de percibir; con otro nombre y otra historia. Ser otra. Y no ser yo. Al menos por un día. Me gustaría que me fuese concedido, al igual que se le concedió a Cenicienta su baile hasta las 12, o a Cásper ser humano por unas horas (aquel memorable bailecito con una Christina Ricci en su más álgida pubertad). ¿Por qué no a mí?_pregunto a la nada. Y la nada me pone el contestador automático.

En otra piel. Saber lo que es despertarme sin que lo primero que asalte mi cabeza sean las inseguridades, los complejos, las dudas; todo eso de lo que me visto mucho antes de ponerme ropa encima. Saber lo que es que la gente te mire con admiración, no con desprecio; con cariño, no con compasión; con lujuria, no con repulsión. Saber lo que es vivir... y no padecer.

En otra piel. En la piel de un triunfador. Y, de no ser así, al menos sumirme en un profundo letargo... y no despertar jamás...



Con estos pensamientos, me dirijo al catre.

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