Aunque con cierta relación, no es de lo que ahora mismo voy a decir de lo que trata el post. Sin embargo, necesito dejar constancia de que noches como la de ayer son las que me recuerdan por qué me fui de Ourense y qué es lo que no me gusta de la misma. Las miradas inquisitivas, las risitas infantiles que, acompañadas por gestos y expresiones de rechazo, se confunden con una atmósfera de humo e inframúsica. Y esa gente, esa gente que es como el herpes... crees que han desaparecido, pero siguen ahí, quizás hibernando, pero preparados para recordarte, en el momento menos pensado, todo aquello que, con ayuda de años y litros de lágrimas, te has esforzado en olvidar. Vuelve la incomodad y la tensión, y de repente eres un adulto perdido en un parque temático para niños de 0 a 3 años. Pero nadie dijo que los niños no fuesen crueles...
Dicho esto, párrafo que se debate entre el desahogo y la voluntad de trascendencia, pasaré a hablar de la noche. La noche. Camarada y cómplice de desventuras. La noche. No suelo salir mucho de fiesta, pero siempre me he considerado un ave nocturna. Y es que la noche ofrece mucho más que unas cuantas discotecas y alcohol derramado a tutiplén. La noche nos presenta todo sin maquillaje, sin esos polvos iluminadores que el sol se encarga de difuminar por la cubierta de cada lugar, de cada rostro o de cada sueño. Todo parece esconderse, temeroso de que vislumbremos su verdadera fachada, y es que en la noche aflora lo dicotómico, lo mejor y lo peor, confundiéndose el beso de despedida de dos enamorados con el vómito de un borracho en un soportal. En la noche las ciudades vuelven a su estado más original, sin coches, sin ruídos y con escasa iluminación. Avenidas vacías y espíritu durmiente. Y la posibilidad de observar desde otra perspectiva, como un vigilante anónimo que descubre un secreto. En la noche todo parece posible e imposible.

Y vuelvo a casa angustiada, como una guiri sin plano del metro, con dolor de pies, y prometiéndole a la noche que algún día aprenderé a disfrutarla entera.
Pero el tiempo pasa y anoche, entre clínex usados y calcetines sin pareja, me topé sin quererlo con los papeles del divorcio...
1 comentario:
La noche es el refugio de los que tenemos miedo.
Enmiéndate y no tengas más miedo.
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