domingo, 28 de diciembre de 2008

Propósito de enmienda

Aunque con cierta relación, no es de lo que ahora mismo voy a decir de lo que trata el post. Sin embargo, necesito dejar constancia de que noches como la de ayer son las que me recuerdan por qué me fui de Ourense y qué es lo que no me gusta de la misma. Las miradas inquisitivas, las risitas infantiles que, acompañadas por gestos y expresiones de rechazo, se confunden con una atmósfera de humo e inframúsica. Y esa gente, esa gente que es como el herpes... crees que han desaparecido, pero siguen ahí, quizás hibernando, pero preparados para recordarte, en el momento menos pensado, todo aquello que, con ayuda de años y litros de lágrimas, te has esforzado en olvidar. Vuelve la incomodad y la tensión, y de repente eres un adulto perdido en un parque temático para niños de 0 a 3 años. Pero nadie dijo que los niños no fuesen crueles...

Dicho esto, párrafo que se debate entre el desahogo y la voluntad de trascendencia, pasaré a hablar de la noche. La noche. Camarada y cómplice de desventuras. La noche. No suelo salir mucho de fiesta, pero siempre me he considerado un ave nocturna. Y es que la noche ofrece mucho más que unas cuantas discotecas y alcohol derramado a tutiplén. La noche nos presenta todo sin maquillaje, sin esos polvos iluminadores que el sol se encarga de difuminar por la cubierta de cada lugar, de cada rostro o de cada sueño. Todo parece esconderse, temeroso de que vislumbremos su verdadera fachada, y es que en la noche aflora lo dicotómico, lo mejor y lo peor, confundiéndose el beso de despedida de dos enamorados con el vómito de un borracho en un soportal. En la noche las ciudades vuelven a su estado más original, sin coches, sin ruídos y con escasa iluminación. Avenidas vacías y espíritu durmiente. Y la posibilidad de observar desde otra perspectiva, como un vigilante anónimo que descubre un secreto. En la noche todo parece posible e imposible.Por la noche me encuentro a mí misma, para bien o para mal. Es por la noche cuando me sumo en fantasías irremediables y también cuando pongo los pies en el suelo. Por la noche reflexiono y concluyo. Los escasos arrebatos de inspiración que, en momentos puntuales, me han acribillado, lo han hecho por la noche. He tomado decisiones trascendentales por la noche, he abierto los ojos por la noche y el poco amor o pseudoamor que ha pasado por mi vida se me ha presentado envuelto en un manto de noche. Siempre he considerado a la noche mi aliada. Pero... quizás esta identificación de noche con elevación del espíritu, en su más alto nivel, sea contraproducente para mí. Y es que, mientras yo medito y descubro, a mi alrededor se cierne un mundo artificial de tacones, copas, reggaeton, sexo en lavabos y rímeles corridos del que me aíslo, lo quiera o no. Y no puedo evitar no sentirme partícipe de ello, a pesar de que lo intente. Y quiero cantar, bailar y pasarlo bien. Y en ocasiones lo consigo; pero son pocas e insuficientes. De súbito, todo el peso del mundo se cierne sobre mis hombros, y es de noche, y yo sólo quiero hablar, y es de noche, y no soy capaz de esbozar una sonrisa para esas fotos del tuenti que no ilustran más que una felicidad edulcorada, y es de noche, y a pesar de que la haya escuchado 1000 veces, unas lagrimillas asoman en mis ojos cuando suena eso de "tenía tanto que darte...", como si se tratase de un poema de Baudelaire en vez de de una estúpida canción comercial que se nutre de frases sin orden ni concierto con tal de conseguir una rima. Y es de noche.
Y vuelvo a casa angustiada, como una guiri sin plano del metro, con dolor de pies, y prometiéndole a la noche que algún día aprenderé a disfrutarla entera.
Pero el tiempo pasa y anoche, entre clínex usados y calcetines sin pareja, me topé sin quererlo con los papeles del divorcio...

1 comentario:

Anónimo dijo...

La noche es el refugio de los que tenemos miedo.
Enmiéndate y no tengas más miedo.