jueves, 27 de noviembre de 2008

Paradojas y otras enfermedades de manicomio

Que el mundo está loco ya lo sabemos todos, y si no lo sabíais, yo os lo confirmo: está de camisa de fuerza y sedantes de mula.
Pero es que, a veces, entre tanta noticia que ya suena a topicazo a pesar de que ilustre las más cruentas barbaries, te encuentras alguna que otra que no hace más que acrecentar ese sentimiento de que, en realidad, a pesar de tus mil y un rarezas, eres hasta normal. Y cito: "Ocho jóvenes judíos han sido condenados este domingo a entre uno y siete años de prisión por pertenencia a una banda neonazi".
Sin necesidad de un análisis demasiado exhaustivo, la frase resulta, cuando menos, contradictoria. ¿Judíos neonazis? Ya de por sí cuesta creer que, en su momento, una nación entera se rindiese a la paranoia de un pequeño cabrón con bigote; mucho más la existencia hoy en día de grupos que propugnan su ideología desde la perspectiva actual, habiendo conocido toda la historia desde un punto de vista objetivo. Pero que judíos, repito: judíos se adhesionen a un movimiento cuya máxima era (y es) el antisemitismo... me parece increíble. Para los nazis los judíos son una raza inferior, contaminada, culpable de todos los males del mundo.
Para más inri, uno de los condenados por pertenencia a la banda neonazi, era nieto de un superviviente de un campo de concentración. No voy a pararme a explicar qué hacían los nazis con los judíos en los citados campos, es cosa bien sabida, aunque después de mi visita a Auswitchz este verano todavía me repugna más el hecho de que este jovencito no sólo no tomara conciencia de lo ocurrido en su familia, sino que además lo ensalzara.

Este acontecimiento no pone de manifiesto más que una cosa: estos chicos se odian, odian su vida, su cultura, su pueblo. No hay otra explicación. Es la forma que adoptan para manifestar que no aceptan que esas sean sus circunstancias, que hayan nacido siendo ellos mismos. Son judíos. Y no pueden evitarlo. No hay mejor manera de suicidar su yo interior que formando una banda que reniega precisamente de lo que ellos son: lo denigra e intenta exterminarlo. Y este comportamiento sólo surge cuando ya no hay nada que les motive, nada en absoluto. La vida es negra, ni siquiera grisácea, y por más que le den capas de pintura, la oscuridad sigue siendo abismal. Al menos_pensarán_que todos la vean del mismo color. Y vivan los actos kamikazes. Como el maltratado que maltrata. Como el violado que viola. Y, en versión light, como el que suspende y se hace profesor para suspender a los demás; como el que sufre por amor y se decide a hacer sufrir a cuantos más, mejor.

El mundo está muy enfermo, cada vez más enfermo; el mundo delira y no podemos hacer nada por evitarlo. Y, quizás sea por la tremenda fascinación que me suscita la cultura judía (sueño con casarme con Woody Allen o, en su defecto, con Ross de Friends), por el apego que siento hacia mis raíces o, simplemente, porque sigo creyendo que todos nos regimos por cierta coherencia interna. Pero este tipo de noticias, aparentemente anecdóticas, no me producen más que desazón. Y vuelven a planteárseme las mismas preguntas: ¿dónde se han quedado los valores morales? ¿hay alguna respuesta universal? ¿realmente es tan absurda la vida como para que pierda el sentido? ¿por qué no murió Esperanza Aguirre en Bombay? (...)

sábado, 22 de noviembre de 2008

Siguiendo con la tónica

Podría escribir hoy sobre la posible pérdida de la hegemonía mundial por parte de EEUU en unos 20 años; podría escribir sobre el inicio de la campaña electoral na miña terra querida; podría...
pero no quiero. Porque hoy es otro sábado, otro sábado más que me quedo aquí, en mi cárcel de cemento, sola como hacía tiempo que no lo estaba y desganada como no recuerdo desde que superé aquella pneumonía. No me apetece salir y tampoco tengo muchas posibilidades. Hoy es una (otra) de esas noches en las que nadie me echará de menos, nadie extrañará mi presencia ni tan sólo un instante, una de esas noches en las que podría perderme en el lugar más recóndito del mundo con la certeza absoluta de que ninguna voz clamaría mi nombre. Y, sin embargo, aquí me quedo.

Hay tantas cosas que me gustaría hacer... pero no sola. O quizás sí... pero no ahora. O puede que la tentativa pijama-infusión-capítulo sea más fuerte que cualquiera de mis pensamientos acerca de qué hacer en la noche madrileña. No lo sé. Lo que sí sé es que, últimamente, la vida me huele distinta. Desafortunadamente, el aroma no me es extraño: huele a suspiros melancólicos junto a libros de tapa blanda, a neuronas alimentadas con la inquietud incesante de la mediocridad, a días soñando a ciegas y a noches sin poder dormir. Y todo eso que, condensado, puede incluso llegar a sonar mágico, bohemio, se traduce en una vida aburrida y monótona, de un color grisáceo sin ningún matiz a destacar y con cierto tacto rugoso. Ya había sentido esto antes. Simplemente... pensé que tardaría en volver.

Y es que la vida se me escapa de las manos como las gotas de lluvia (ésas que poco se dejan ver por esta ciudad). Y me paso el día diciendo que no hago nada porque no tengo tiempo, porque estoy muy ocupada, porque esto, porque lo otro. Y no es así. Sé muy bien que no es así. Me paso el día esperando, esperando que algo o alguien llegue y vuelva a motivarme, y me haga saltar de la cama y quitarme el pijama que siempre llevo puesto y me recuerde que tengo 20 años y unas posibilidades que quizás no vuelva a tener nunca. Y que me anime a luchar por lo que quiero. Para conseguirlo. Pero, mientras observo la puerta con expresión distraída, aguardando esa llegada imaginaria, el tiempo pasa, y una fiesta del Chami da paso a otra, y se encienden y apagan los radiadores y el pelo me crece a lo ancho y los mofletes se me van hinchando y las pelusas de debajo de la cama alcanzan grados de civilización que ni yo misma habría imaginado.

Y la princesa sigue cautiva en la torre, sin más dragón custodiándola que ella misma, cansada de contar las lunas que, creciendo y decreciendo, le recuerdan que nadie vendrá a rescatarla. Que otro sábado se pasa... y ya es 22 de noviembre.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Homenaje a ¿la mujer?

Supongo que tod@s os habréis enterado de la, cuando menos, polémica noticia de que la discoteca Pachá de Valencia sorteará una operación de aumento de pecho entre las asistentes al local durante el día 5 de diciembre. Bueno, miento, la afortunada podrá invertir los 4500 € del premio en otra operación de cirugía estética si lo prefiere: liposucción, bótox... El Ministerio de Sanidad le abrirá un expediente informativo a dicha discoteca.

Lo he expresado de la forma más concisa posible porque todo eso no es la cuestión. La cuestión es, ¿QUÉ ESTÁ PASANDO? ¿Soy la única a la que esto le parece indignante, el colmo de la superficialidad? ¿La única que cree que esto es la guinda del pastel en una sociedad que lleva desde que yo tengo uso de razón coaccionando a las jóvenes a que se desarrollen físicamente hasta conseguir niveles inalcanzables?
La sociedad que ahora puebla el siglo XXI ha sido la que ha generado enfermedades como la anorexia o la bulimia. ¡Por Dios, si antes se comía lo que se podía! ¿Cómo iban a preocuparse las muchachas de si habían engordado 2 kilos en Navidad? Más bien comían con avidez el pedacito de turrón que les correspondía intentando que les durase mucho. Evidentemente, a lo largo de la historia, siempre ha habido cánones de belleza y modas: en el arte, en la estética. De hecho, a mí me hubiese gustado vivir en la época de Rubens (habría logrado ser miss España sin sacrificar ninguno de mis placeres). Pero, sin embargo, ¿alguna vez se ha llegado a un punto en el que se sortean, de manera frívola y como si de mp3 se tratase, operaciones de cirugía estética? ¿Operaciones que no sirven más que para conformar un ideal de mujer inexistente?

La susodicha fiesta de Pachá del 5 de diciembre se llama "Pretty Woman" (Subtítulo: Homenaje a la mujer). Y, claro, para conseguir el objetivo de ser pretty hay que ser perfecta o, mejor dicho, perfecta para la opinión pública. Sinceramente, a mí no me gustan las modelos, me dan grimilla, están esqueléticas; tampoco me gustan las barbies, las chicas sin posaderas pero con un pecho de la talla 100 me dan un poquito de miedo, me da la impresión de que caminan tambaleándose y acabarán en el suelo. Pero bueno, en la opinión pública estamos: por todos es sabido que yo siempre he sido un poco diferente en ese aspecto. Aquí entramos en el eterno debate: ¿han sido los medios de comunicación de masas, a través de campañas publicitarias y demás, los que han coaccionado a la sociedad a que acepte este canon de mujer o, por el contrario, los medios de comunicación y el sector publicitario se han adecuado a las demandas estéticas del mercado, es decir, ha sido la sociedad la que ha conformado este ideal inconcebible? Ahí ya no me meto; daría para un estudio sociológico de años, una tesis doctoral o, como mínimo, un libro entero.
Pero... ¿a qué se debe que el mayor objetivo del género femenino sea alcanzar ese ideal? Es decir, en los años mozos de mi abuela o de mi madre también había un ideal de mujer, y, sin embargo, no existía esta obsesión por alcanzarlo a toda costa. Desde luego, las mujeres intentaban estar cuanto más guapas, mejor, pero eso no se convertía en la máxima aspiración en su vida. Ahora, sin embargo, parece que cambian las tornas. Vivimos en un mundo competitivo y caótico, en todos los aspectos. A las mujeres se nos EXIGE que estemos siempre perfectas, que tengamos muy buena presencia incluso a nivel laboral (ya no digamos a nivel personal). Por todas partes se nos lanzan mensajes con altas cargas de presión, explícitos o implícitos, desde las vallas publicitarias hasta las tallas de los pantalones. Tienes que ser delgada, tienes que tener un buen pecho, tienes que ajustarte al modelo. Y, si no, condenada para siempre. ¿A qué? Al extrarradio, al ostracismo: a la soledad. El mensaje que se envía es "¿quién te va a querer si no eres así?"

Hace un tiempo tuve un novio cuya ex estaba, lo que se dice, muy buena. Él lo confirmaba, aunque también decía que era una boba. Un día le pregunté: "Entonces, ¿por qué estuviste con ella?". Y él me contestó: "Ir con ella por la calle era como llevar continuamente un trofeo. Me sentía orgulloso de pasear con ella, de que la gente me viera con ella. Mis amigos me felicitaban por mi logro. Me sentía un ganador". Ea. Y ahora que vengan y me digan que las mujeres estamos subiendo en el escalafón social, que nos estamos liberando de nuestras cadenas y de la inferioridad frente al género masculino. Esta es otra forma de esclavitud, peor quizás que otros tipos, porque cada una nacemos con un físico que, se parezca o no al canon, no podemos cambiar. O sí, operándonos. La mujer es hoy más mujer florero que nunca, no es más que un objeto de placer. Como bien me expresó mi ex novio, un "trofeo". Atrás han quedado las amas de casa de los 50, con sus vestiditos perfectos, esperando a su marido con la comida recién hecha. Ahora, con nuestros vestiditos perfectos, esperamos a nuestro jefe con el trabajo acabado, a nuestro novio con un picardías del color que a él más le gusta, a nuestros amigos con una sonrisa en la boca. Pero perfectas, ante todo, perfectas.
Hasta que las mujeres no nos liberemos del todo de esta concepción machista de la mujer como un objeto nunca alcanzaremos la plenitud, pues siempre estaremos supeditadas a ciertas normas estéticas. Y la solución a esto, aunque no lo parezca, procede en primera instancia de los hombres: si los hombres no increpan a las mujeres a que sean así, si nosotras vemos que los hombres no sólo aceptan sino que quieren, respetan y desean a mujeres que no se adaptan al canon, se nos irán aflojando las cuerdas. Eso desde luego. Pero... claro, a nadie le amarga un dulce. (Y nosotras no queremos quedarnos solas...).

PD: Yo, la anti-movimiento estético, a la que le gustan los feos, que propugna el cultivo intelectual y la naturaleza sensible del ser humano, que huye de las homogeneizaciones... yo me operaría.

sábado, 15 de noviembre de 2008

De gozos y recuerdos


Mi padre solía decirme de niña que no debería comer mucho chocolate, porque entonces dejaría de gustarme tanto como me gusta: se convertiría en algo rutinario, normal. Si lo comiese sólo de vez en cuando, ese momento me resultaría mucho más especial. Pues lo mismo me ha ocurrido hoy. He tenido una de esas sensaciones placenteras que, precisamente lo son tanto, porque rara vez ocurren; quizás también porque evocan recuerdos y placeres pasados, no lo sé.

Hoy me he ido de paseo por Madrid. Sí, Madrid. Y es que tanta vida colegio-facultad facultad-colegio me hace perder ciertas nociones, hasta el punto de que me olvido de que vivo en Madrid. Y, sí, aquí vivo, capital de España, y sólamente me doy verdadera cuenta de ello cuando salgo y la recorro, con mi cara de gallega recién llegada (y, sobre todo, con mi ilusión de gallega recién llegada), observo sus edificios, sus calles, sus borrachos, sus guiris hablando en guiri. Las farolas que iluminan los tres arbolitos de alrededor de una fuente. Y me siento feliz. Simplemente...

He de decir que no fui sola; me acompañó mi amiga Machú. Y, aunque al principio conversamos animadamente, pronto la conversación dejó paso a un sutil silencio que, lejos de resultar incómodo, ambientaba una atmósfera que no distaba demasiado de la perfección. El resol dejó paso a la noche, y nosotras seguíamos caminando: Moncloa, Argüelles, Bilbao. Malasaña, Chueca, Plaza de Colón. Cibeles, El Prado, Atocha. Huertas, Lavapiés, Sol. Opera (con palacio Real incluído), Plaza de España. Y de nuevo a casa. A... "casa". Ambas, calladas, mirábamos a nuestro alrededor; de vez en cuando nos sonreíamos o nos hacíamos algún gesto. Pero, a pesar de que nuestros ojos estaban viendo lo mismo, de que nuestros pies recorrían las mismas aceras, nuestras mentes se encontraban en puntos divergentes. Cada lugar, cada baldosa era distinta para cada una de nosotras: cada una tenía unos recuerdos en unos sitios concretos con una gente distinta. No sé cuáles serían los suyos; yo recordé todo tipo de situaciones: buenas, malas, regulares. Pero, sobre todo, recordé que estoy viva, que soy una persona con historia y que aún me queda historia por contar. Y ha estado bien recordarlo, pues en ciertas etapas me encierro en mi cascarón y me niego a ver que, para bien o para mal, estoy aquí y participo de mi propia vida. Esta última afirmación parece idiota, pero en ocasiones no puedo más que pensar que mi vida la configuran los demás y yo soy una mera espectadora, un títere a verlas venir. Quizás no-pensé-quizás no.

El paseo se fraguó en torno al azar y la falta de orientación y puede que eso lo hiciese más bello. Una parada a tiempo para las necesidades primarias y un cafecito del Starbucks para llevar fueron los complementos. Para finalizar el recorrido, unas castañas en Ópera. Y silencio. Y bullicio a nuestro alrededor. Éramos como dos entes fantasmagóricos que recorrían la ciudad, no sin ciertos tintes de melancolía, pero, a su vez, rezumando alegría por estar allí en aquel momento. De recordar... y rehacer.

Este post se aleja un tanto del cariz que el blog ha tenido desde un principio... pero me apetecía escribirlo. Sólo por dejar constancia de ello. Para que mañana, o quizás pasado mañana, cuando me vuelvan a asaltar las dudas, pueda leerlo y pensar "sí, yo configuro mi propia vida...". Y, por qué no, también mi propio blog.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Bienvenido, Mr. Autumn

Comentando, comentando, salió el otro día la conversación de la decadencia paulatina de los suplementos culturales, entre ellos Babelia. "Por ejemplo, el ridículo reportaje sobre el otoño que trae hoy". Oleada de tristeza era el título del susodicho. Lo cierto es que no lo había leído, así que (sólo por casualidad) le eché un vistazo. El reportaje en cuestión hablaba de una especie de tendencia a lo depresivo o tristón en las artes en esta temporada otoño-invierno. De una forma bastante somera, se hilaban libros, música o películas para llegar a la conclusión de que el otoño nos incita a la tristeza.
El reportaje, es cierto, era bastante mediocre, pero no le faltaba razón en la conclusión. Biológicamente, el otoño produce estados de tristeza (es lo que se conoce como la depresión de otoño): es causado por la disminución de serotonina, que regula los estados de ánimo y el sueño, y el aumento de melatonina, que produce falta de atención, desmotivación, dificultad para conciliar el sueño y ansias de comer, entre otras cosas. Que los niveles de estas dos hormonas se desequilibren se debe a la disminución de luz solar en nuestras vidas. (Y que se lo digan a una que entra de día en la facultad y sale de noche...). Pero, pensé, no se trata sólo de eso...

El otoño. Esa estación de transición, en peligro de extinción debido al cambio climático, al frío del invierno. Asistimos como sujetos pacientes a la metamorfosis de las hojas de los árboles, hasta su caída, como quien observa el cabello de un padre, llenándose primero de canas para terminar sucubiendo a la fuerza de la gravedad. La cálida temperatura veraniega deja paso a vientos cada vez más fuertes que nos incitan a ponernos jerseys de lana y abrigos de pana, a pesar de que muchos intenten evitarlo el máximo tiempo posible. La pesarosa vuelta al trabajo, al estudio, a la vida. Los pájaros emigran; a muchos nos gustaría poder hacer lo mismo.
Frente al jaleo del verano, a sus gritos y alaridos, el otoño susurra. Vuelve la quietud, el detenimiento, la reflexión. El otoño quiere que lo paseemos, solos y (a poder ser) melancólicos. Que arrastremos los pies por sus alfombras ocres y amarillentas. Que mudemos nuestra piel, que perdamos nuestras plumas, que nos desnudemos ante él y purguemos todo aquello que nos sobra. Es la estación de la renovación. Para bien o para mal.

Sólo una cosa echo de menos en los otoños de Madrid. La lluvia. Llevo amando la lluvia toda mi vida, y ese amor es directamente proporcional al tiempo que pase sin ella. La lluvia. El otoño sin ella se me queda cojo y manco. Y, ay, sin embargo, el viernes subía de la facultad... yo solita, y ya era de noche. En mi mp3 sonaba Ain't no sunshine when she's gone y la sensación térmica era fría. Mi boina hizo que tardase unos segundos en darme cuenta de que estaba chispeando: caían las primeras gotas de lluvia. Continué caminando, a medida que las gotas caían con más fuerza y frecuencia. Se me empapaban las botas. (La canción cambió a Que se llama soledad). Sólo pasaban coches: no había nadie en la cuesta. Y llovía, llovía de verdad. Pisé los primeros charcos, que se iban formando tímidos a la orilla del manto de hojarasca. Miré al cielo y sonreí. Fue como una lluvia purificadora. No quería que acabase la canción, ni el momento. Esos 5 minutos de subida fueron uno de los momentos más nostálgicos y, a su vez, poéticos de mi vida.

(Y, entre vosotros y yo, de pequeña esperaba ansiosa la llegada del otoño para que lloviera, pues sabía que si llovía las gotas de agua camuflarían mis lágrimas y podría llorar sin necesidad de dar ninguna explicación... y, efectivamente, nadie se daba cuenta).
Cosas del otoño.



domingo, 2 de noviembre de 2008

El Robin Hood de los ricos

En una bella comarca, donde los árboles crecen frondosos hasta alcanzar alturas insospechadas, donde los ríos corren apacibles sin más disturbios que el alegre canto de los pajarillos... existía un hombre. Un hombre capaz de todo por lograr sus principios. Un hombre llamado (redoble de tambores) ¡Alberto Núñez Feijoo! Ourensano (para más inri...), líder del PP gallego, este honesto hombrecillo se ha propuesto sabotear las obras del AVE hasta Galicia. Y es que, en tiempos de crisis, de algún sitio hay que recortar presupuestos. Y, como no, si se pueden recortar del culo del mundo, no los recortemos del ombligo (y de paso nos queda un culito más escultural). Desde luego, la propuesta salió del gobierno central del PP, que decidió que entre sus críticas al Partido Socialista estaría la de la gran cantidad de dinero invertida en una obra que se nos lleva prometiendo a los gallegos más de 4 años. El PP gallego, que hace unos días afirmaba que "se alegra no obstante de que por fin haya consignados 250 millones para el trayecto de AVE Lubián-Ourense, una reivindicación por la que llevamos años peleando", cambió de chaqueta por enésima vez, convencido de que si consigue que las obras no se lleven a cabo, conseguirá recuperar el terreno que les fue arrebatado por la coalición PSOE-BNG. Y ya que Fraguiña no puede luchar (se nos queda mayor para esos trotes) su discípulo y fiel alumno Núñez Feijoo lo hará por él.

Y así, con la incoherencia por bandera, el PP ha registrado una enmienda en el Congreso para reducir a menos de la mitad el capital destinado en los Presupuestos del Estado a las obras del AVE en Galicia. Probablemente ese dinero estaría mucho mejor invertido en unas plantitas en calles peatonales de Madrid o Valencia. El presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño (al que, por cierto, se le acusa de gastar mucho dinerito en pequeños vicios, tales como coches blindados para él solo, aunque no está confirmado) ha contraatacado, ayudado por sus socios del BNG. Que el Congreso aceptase la enmienda sería completamente demagógico, teniendo en cuenta que los presupuestos del Estado fueron debatidos y votados en las cámaras hace muy poco tiempo. De todos modos, lo que tiene sentido y lo que finalmente ocurre parecen divergir a menudo.

Y es que lo del AVE puede parecer una nimiedad, pero no lo es. Galicia ha sido siempre (y sigue siendo) para el conjunto de España una comunidad aislada, pobre, sin importancia. Bien es cierto que su carácter humilde no ha ayudado demasiado a que las miradas del resto del estado resultasen satisfactorias, pero hay que poner énfasis en que, desde el comienzo de la gran crisis económica, Galicia ha sido la única comunidad autónoma cuyo PIB ha aumentado, debido especialmente a sectores como la pesca y el turismo. Ha contribuído activamente a la economía del país en momentos en los que esta se tambalea. Pero, aunque no lo hubiese hecho, ¿es que no se merece una parte de España poder estar comunicada con el resto del estado sin tener que sufrir horas y horas de viaje por carreteras comarcales o vías correspondientes a finales del siglo XIX? El AVE, tal y como están las cosas, resulta imprescindible para que Galicia se desarrolle completamente y llegue a formar parte activa del resto del estado, para que Galicia salga por fin del ostracismo al que se la tiene condenada debido (en parte) a su situación geográfica. El PSOEdeG y, especialmente, el BNG han luchado con los medios con los que contaban para que el proyecto del tren de alta velocidad fuese una realidad. Para muchos galegos, como yo (estudiante en Madrid, nativa de Ourense) eso supondría poder volver a casa un fin de semana sin tener que tragarme seis horas y media de ida y otras seis y media de vuelta, con lo cual el fin de semana se me quedaría en unas escasas 28 horas. Desde luego, a aquellos que pueden permitirse coger un vuelo a Vigo o a Santiago por 250 €, eso les da bastante igual. Y ahí está nuestro amigo Feijoo, luchando por Galicia (por una parte de Galicia). Y digo Galicia, que no Galiza, que hace unos días un diputado del PP tuvo que ser expulsado del Parlamento por no aceptar este término, LEGAL Y PRESENTE EN EL ESTATUTO. Pero eso ya es otra historia...

Que nadie me diga que España ya no es un estado centralista. Al menos, no hasta que tengamos AVE...