miércoles, 31 de diciembre de 2008

2008
No me gustó:
- Que ganase Berlusconi
- No tener carrera
- La guerra de Georgia
- El verano
- Que se fuera la inspiración
- Engordar
- La reciente matanza de palestinos en la franja de Gaza
- Encerrarme en la burbuja
- La sinusitis
- La película de Tiro en la Cabeza
- Mi pelo
- Ciertas personas que pasaron por mi vida
- Decepcionar
- Que me decepcionaran
- Las "opiniones" de la reina
- La gente que murió en Kosovo
- La gente que murió en cualquier conflicto
- La gente muriendo
- No encontrar mi camino
- Las noches de insomnio
- Gritar
- Que me gritasen
- El atentado de ETA de esta mañana a los medios de comunicación
- Los atentados de ETA
- Mi cumpleaños
- Llorar más que reir
- La incomprensión
- La fiesta de Navidad
- El accidente de Barajas
- Las mentiras
- La violación de los derechos humanos en China
- La violación de los derechos humanos en cualquier lugar del mundo
- Estar sola. Seguir sola.

Me gustó:
- Que Obama ganase las elecciones
- El taller de poesía
- Que no ganase el PP
- Las salidas al Bukowski
- El musical de La Bella y la Bestia
- Que le tirasen unos zapatos a Bush
- Adelgazar
- Santander
- Que España ganase la Eurocopa (sí, qué pasa...)
- Los abrazos
- Mi cama nueva
- Leer a Stieg Larsson
- Mi vestido de fin de año
- Polonia
- La cena de Navidad
- Tener carrera
- Los paseos por Madrid
- La independencia de Kosovo
- Ciertas personas que pasaron por mi vida
- Buscar mi camino
- El Sahara
- El taller de radio
- Descubrir que hay gente que lee mi blog
- Los besos
- Que, a pesar de todo, siempre hay algo que me hace seguir adelante.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Propósito de enmienda

Aunque con cierta relación, no es de lo que ahora mismo voy a decir de lo que trata el post. Sin embargo, necesito dejar constancia de que noches como la de ayer son las que me recuerdan por qué me fui de Ourense y qué es lo que no me gusta de la misma. Las miradas inquisitivas, las risitas infantiles que, acompañadas por gestos y expresiones de rechazo, se confunden con una atmósfera de humo e inframúsica. Y esa gente, esa gente que es como el herpes... crees que han desaparecido, pero siguen ahí, quizás hibernando, pero preparados para recordarte, en el momento menos pensado, todo aquello que, con ayuda de años y litros de lágrimas, te has esforzado en olvidar. Vuelve la incomodad y la tensión, y de repente eres un adulto perdido en un parque temático para niños de 0 a 3 años. Pero nadie dijo que los niños no fuesen crueles...

Dicho esto, párrafo que se debate entre el desahogo y la voluntad de trascendencia, pasaré a hablar de la noche. La noche. Camarada y cómplice de desventuras. La noche. No suelo salir mucho de fiesta, pero siempre me he considerado un ave nocturna. Y es que la noche ofrece mucho más que unas cuantas discotecas y alcohol derramado a tutiplén. La noche nos presenta todo sin maquillaje, sin esos polvos iluminadores que el sol se encarga de difuminar por la cubierta de cada lugar, de cada rostro o de cada sueño. Todo parece esconderse, temeroso de que vislumbremos su verdadera fachada, y es que en la noche aflora lo dicotómico, lo mejor y lo peor, confundiéndose el beso de despedida de dos enamorados con el vómito de un borracho en un soportal. En la noche las ciudades vuelven a su estado más original, sin coches, sin ruídos y con escasa iluminación. Avenidas vacías y espíritu durmiente. Y la posibilidad de observar desde otra perspectiva, como un vigilante anónimo que descubre un secreto. En la noche todo parece posible e imposible.Por la noche me encuentro a mí misma, para bien o para mal. Es por la noche cuando me sumo en fantasías irremediables y también cuando pongo los pies en el suelo. Por la noche reflexiono y concluyo. Los escasos arrebatos de inspiración que, en momentos puntuales, me han acribillado, lo han hecho por la noche. He tomado decisiones trascendentales por la noche, he abierto los ojos por la noche y el poco amor o pseudoamor que ha pasado por mi vida se me ha presentado envuelto en un manto de noche. Siempre he considerado a la noche mi aliada. Pero... quizás esta identificación de noche con elevación del espíritu, en su más alto nivel, sea contraproducente para mí. Y es que, mientras yo medito y descubro, a mi alrededor se cierne un mundo artificial de tacones, copas, reggaeton, sexo en lavabos y rímeles corridos del que me aíslo, lo quiera o no. Y no puedo evitar no sentirme partícipe de ello, a pesar de que lo intente. Y quiero cantar, bailar y pasarlo bien. Y en ocasiones lo consigo; pero son pocas e insuficientes. De súbito, todo el peso del mundo se cierne sobre mis hombros, y es de noche, y yo sólo quiero hablar, y es de noche, y no soy capaz de esbozar una sonrisa para esas fotos del tuenti que no ilustran más que una felicidad edulcorada, y es de noche, y a pesar de que la haya escuchado 1000 veces, unas lagrimillas asoman en mis ojos cuando suena eso de "tenía tanto que darte...", como si se tratase de un poema de Baudelaire en vez de de una estúpida canción comercial que se nutre de frases sin orden ni concierto con tal de conseguir una rima. Y es de noche.
Y vuelvo a casa angustiada, como una guiri sin plano del metro, con dolor de pies, y prometiéndole a la noche que algún día aprenderé a disfrutarla entera.
Pero el tiempo pasa y anoche, entre clínex usados y calcetines sin pareja, me topé sin quererlo con los papeles del divorcio...

domingo, 21 de diciembre de 2008

Y se pasó diciembre, de nuevo

Cansancio, cansancio, cansancio. Fue lo único que mi mente se repitió una y otra vez, como un disco rallado, al bajar del tren en la estación de Ourense tras 6 horas de viaje. Me dolían los hombros y la cabeza. El chico sentado a mi lado olía mal, y la señora de enfrente me pisaba continuamente. Hacía un calor insoportable.
6 horas dan para mucho pensar, o mucho escuchar música (todo depende). Vuelvo a casa sin saber muy bien por qué; sin conciencia alguna de que ya es Navidad (o Hanuka, todo depende...) y, tras una semana que no podríamos calificar más que con el adjetivo intensa, con un sentimiento de expectación que ya debería haberme pasado. Supongo que, en toda mi inocencia, me esperaba algo más, algo espectacular como salida de año, un adiós a lo grande, fuegos artificiales y confetis volando por todas partes. No fue así, y por lo tanto algo dentro de mí sigue esperando... no sé muy bien a qué. Ese algo morirá con la última campanada dentro de 10 días.
Mi padre había venido a esperarme en el coche, y miraba a mi alrededor. Ourense, más consciente de la situación actual que esa otra ciudad donde estoy emigrada, apenas tiene luces de Navidad. Es un poco como yo... Mientras nos dirigíamos a casa pensaba en la llantina que el año pasado me asaltó cuando me tuve que ir a casa en Navidad, las pocas ganas que tenía, lo magnífico que era todo. ¿Irreal? Desde luego ¿Ideal? Posiblemente.

Y, sin embargo, necesito un fin de 2008. Todos necesitamos un fin de 2008. O, mejor dicho, un inicio de 2009. Porque el ser humano es así, porque necesitamos acotar nuestro tiempo, ponerle barreras... para renacer cada día, cada semana, cada mes y, claro, cada año. Para empezar de cero. Dejar lo malo atrás, atado con las cadenas del olvido, y continuar adelante, con el bastón de los recuerdos afortunados. Qué lástima que no sea tan sencillo. Hay quien emprende ese cometido con ánimo, con decisión, y aun así fracasa. Lo malo se desencadena con la facilidad con que se quita el papel a un regalo en Nochebuena, y se abalanza sobre nosotros como un titán furioso. Lo bueno parece difuminarse con el horizonte, hasta que se pierde de vista, llevándose su bastón y dejándonos cojos. A veces...
Lo que vamos a hacer el 31 podríamos hacerlo cada día. Cada día de nuestra vida. La naturaleza nos regala una diferenciación entre día y noche: luz y oscuridad. Podríamos aprovecharla. Pero, qué más da. Llega el 2009, eso es lo que importa. El año de los 20 años. No me resultará extraño el preguntarme qué estoy haciendo con mi vida, a dónde pretendo llegar, qué es esto que soy, si es que soy algo. Lo hago frecuentemente, aun a pesar de los resultados poco satisfactorios. Sólo espero, entonces, no hacerlo con esos látigos con los que me fustigo día a día, sino aproximarme a mí misma con comprensión, con amabilidad, con sosiego. Y, quién sabe, quizás me sorprenda. Quizás OS sorprenda. Quizás vosotros también deberíais empezar a probarlo.

No sé qué es este post, ni por qué lo estoy haciendo. Puede que porque soy consciente de que mi pequeña jauría de lectores se merece que actualice el blog; puede que porque sé que mi pequeña jauría de lectores se reducirá aún más si no lo actualizo; puede que, simplemente, porque necesito reflexionar. Y porque, de todas las empresas que acometí en el 2008, sólo esta perdura. Un pequeño espacio en internet. Pero mi espacio, a fin de cuentas. (Y lo único, de todo eso que quiero, que consigo mantener...)

martes, 16 de diciembre de 2008

De cómo se reescribió Cenicienta

Érase una vez que se era, en un país omnipresente, una (¿hermosa?) muchachilla que se dedicaba a cometer atrocidades en el orden mundial cuando se aburría. Esta muchacha, conocida como Cenicienta, tenía dos hermanastras tan agraciadas como ella (una inglesa y otra española) que la ayudaban en sus arriesgadas empresas cuando se sentía sola y desamparada ante sus absurdas ideas.
Cansada un día de tener el control de su imperio, no sin haber realizado ya multitud de barbaridades en él, Cenicienta se enteró de que, no muy lejos de allí (en aviones de guerra se llega en un abrir y cerrar de ojos) existía un exótico país llamado Irak. Animada por sus hermanastras y, como no, por sus propias ansias exterminadoras, Cenicienta se calzó sus zapatitos de cristal y se encaminó al susodicho país, arrasando con los tacones la tierra que encontraba a su paso. Alegando, eso sí, que su acción se perpetraba en defensa del resto del mundo.
Y he aquí que el príncipe azul del reino irakí, buen conocedor de las fechorías de la joven y tras haber visto pisoteado su reino, decidió pagarle con una moneda que más dolió en el orgullo de Cenicienta que en su rostro, muy a nuestro pesar. Ante la presencia de la muchacha, el príncipe, hastiado y enajenado, lanzó a Cenicienta los zapatitos mostrando así el desprecio y repulsión que sentía hacia ella. (Lástima que estos zapatos no fueran de cristal...)

Bromas aparte, el periodista iraquí que lanzó los zapatos a Bush junto con la dedicatoria "Toma tu beso de despedida, pedazo de perro" o algo así (tampoco es que yo sea una gran experta en traducción de árabe) se enfrenta a condenas de aproximadamente 2 años de cárcel por afrentas a un jefe de estado. Su acción no mostraba más que la oposición a la invasión de su país por parte de EEUU, que se perpetró hace nada más y nada menos que cinco años. Cabe destacar que el periodista en cuestión había sido secuestrado en enero de 2007 por soldados estadounidenses que, además, allanaron su casa, mientras él se encontraba realizando una cobertura informativa en Bagdad. Y su ejemplo sólo es uno más entre muchos, muchos que sufrieron represalias por oponerse a la ocupación estadounidense, por hacer su trabajo o, simplemente, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.Pero la parte legislativa no lo es todo. Este hombre es ahora considerado un "héroe" en Irak. Desde ayer se han sucedido varias manifestaciones masivas por las calles del país en defensa de su acción y en demanda de su puesta en libertad. En muchas de ellas, los manifestantes acudieron con zapatos en la mano. ¿Estaremos, me pregunto, ante un nuevo icono, un símbolo que pasará a la historia como la oposición irakí al gobierno Bush? ¿O quedará, por la contra, la acción de este hombre como un mero hecho curioso que alcanzará records en programas de zapping o en vídeos de Youtube? Nunca lo sabremos. Sólo sabemos que, de pequeñas acciones, espontáneas como esta, surgen a veces motores de cambios. A veces. Y Cenicienta, que se esperaba flores y bombones, ha recibido zapatazos. Nunca es tarde si la dicha es buena.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Fracaso. (Subtítulo=fiesta de navidad)

fracaso.

(De fracasar).

1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.

2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.

3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.

4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano.


Debe de ser este, pues, un fracaso integral, ya que reúne las cuatro acepciones. La 1 y la 2 no necesitan explicación; como consecuencia de ello, se produjo la 3: una estrepitosa caída de la autoestima que acabó de romperse del todo gracias al apoyo incondicional de la número 4, la disfunción de unos cuantos órganos por influencias externas en forma de líquidos inflamables... (aunque creo que en esencia el más afectado de todos los órganos resultó por ser el hígado).

Qué estampa tan entrañable. Al final de la noche le faltaron los cascabeles y las campanas. Y, quizás a la RAE le falte una definición de fracaso. Aquella que ilustre que, a pesar de todo, de la alegría general, de la sonrisa de los compañeros, de la música (de todo menos desmotivante), de las luces de colores... el fracaso es capaz de teñirlo todo de un desolador color sepia.

jueves, 11 de diciembre de 2008

En otra piel


Hoy, post breve y de desahogo. Después de 6 horas de viaje, con desajustes hormonales de por medio y un asombroso dolor de espalda, el cuerpo no me da para mucho más. Parece que el efecto de la cama milagrosa de Ourense se va desvaneciendo de mis vértebras mientras mis inseguros pies pisan el suelo de la portería del Chami, mientras entran en mi cuarto, más sucio si cabe que cuando lo abandoné unos días atrás, mientras buscan, incesantes, unas zapatillas cómodas. Mañana, clase, taller de inteligencia emocional y cena con Pepe Domingo Castaño. Ni más ni menos. Un lujazo. Pasado, Fiesta de Navidad. Al otro, Navirock. El domingo, mejor dejárselo a la resaca y a repasar levemente el examen que me aguarda el lunes.

Podría decirse que mi vida, al menos estos días, es más dinámica que aburrida. Podría decirse... Y, sin embargo, no sé si es que aún no he aterrizado, que estos días de puente y descanso no han servido más que para masajear la parte más superficial de mis preocupaciones, pero sigo sintiendo lo mismo. Muy a pesar de las variadas e interesantes actividades que me ofrece mi programa cotidiano. Y es que, no puedo evitarlo, cada vez que me acuesto, que cierro los ojos, que siento que el sueño se apodera de mí, deseo despertar al día siguiente en otra piel. En otro cuerpo, en otra mente. Con otros ojos, y otra forma de ver; con otras manos, y otra forma de percibir; con otro nombre y otra historia. Ser otra. Y no ser yo. Al menos por un día. Me gustaría que me fuese concedido, al igual que se le concedió a Cenicienta su baile hasta las 12, o a Cásper ser humano por unas horas (aquel memorable bailecito con una Christina Ricci en su más álgida pubertad). ¿Por qué no a mí?_pregunto a la nada. Y la nada me pone el contestador automático.

En otra piel. Saber lo que es despertarme sin que lo primero que asalte mi cabeza sean las inseguridades, los complejos, las dudas; todo eso de lo que me visto mucho antes de ponerme ropa encima. Saber lo que es que la gente te mire con admiración, no con desprecio; con cariño, no con compasión; con lujuria, no con repulsión. Saber lo que es vivir... y no padecer.

En otra piel. En la piel de un triunfador. Y, de no ser así, al menos sumirme en un profundo letargo... y no despertar jamás...



Con estos pensamientos, me dirijo al catre.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Hoy por ustedes, señores

Leía ayer en El País que por fin el gobierno suizo se ha decidido a rehabilitar una ley por la que se consideraba criminales a aquellos que habían luchado en las Brigadas Internacionales en España; a decir verdad, todos fueron acusados de colaborar con el comunismo, de estar "del lado de Moscú" y la gran mayoría de ellos sufrieron penas de cárcel. Recordemos que Suiza se declaraba neutral en este conflicto (como hace con todos). Por desgracia, proseguía el artículo, de los 800 voluntarios que lucharon en las Brigadas, sólo cinco están vivos hoy en día, y de esos cinco, sólo uno puede contarlo (a los demás les ha podido el fantasma de la vejez en sus más diversas facciones). Verdaderamente lamentable.

Las Brigadas Internacionales eran unidades de voluntarios venidos de diversos países del extranjero para defender la República. Los había de todos los lugares y, dentro del movimiento antifascista, de todas las ideologías: socialistas, comunistas, anarquistas... Hasta ahí creo que llegamos todos. Pero dudo que muchos nos hayamos parado a reflexionar más de medio segundo que los brigadistas eran mujeres y hombres que, sin ningún tipo de vinculación con España, lo dejaban todo atrás para venir a luchar contra esa peste contagiosa que se expandía por Europa: el fascismo. Personas que, sin pensárselo dos veces, emprendían el camino a una tierra peligrosa, a luchar con medios escasos contra ejércitos que contaban con el apoyo de Alemania e Italia. Si bien es cierto que al comienzo de la Guerra Civil la gran mayoría de la opinión pública (nacional e internacional) veía claro que la República las tenía todas consigo para ganar la guerra, pronto la situación se torció, y a medida que el ejército franquista iba conquistando tierras, especialmente, con la conquista de Euskadi, donde se encontraban la mayoría de fábricas productoras de armas, se comenzó a vislumbrar que la República estaba en seria desventaja. No poseía recursos, ni de combate, ni de supervivencia , y tampoco contaba con el apoyo institucional de las llamadas "democracias occidentales", frente a la ayuda incondicional de las potencias fascistas a Franco. E incluso con ese clima de inminente derrota, ahí estuvieron los brigadistas: no sólo no se fueron del país, sino que vinieron más.

La existencia de las Brigadas Internacionales es sabida por todos desde el momento en que las estudiamos en el instituto. Su reconocimiento, sin embargo, es nimio. Cabe destacar que no sólo los que vinieron aquí eran conscientes del peligro que corría su vida, sino también de que (en muchos de los casos) si volvían a sus países de origen serían tachados de traidores y sufrirían represalias, como es el caso de los suizos. Y así fue. Que hasta 70 años después no se haya reconocido su esfuerzo, su afán por combatir aquello que todos deberían haber combatido, su hermanamiento con una tierra que no estaba hermanada entre ella, es vergonzoso. Pero resulta todavía más vergonzoso lo que ocurre en la propia tierra que estas personas vinieron a defender: cuando, en 1938, las Brigadas Internacionales comenzaron a irse de España, Juan Negrín les prometió que, algún día, se les concedería la nacionalidad española. Evidentemente, aquellos que lucharon por preservar lo que democráticamente se había obtenido la merecían bastante más que otros que habían nacido aquí. Esto no se hizo realidad hasta el año 1996, cuando el Congreso aprobó una ley que les concedía la nacionalidad a los brigadistas. Esta ley, sin embargo, tenía una letra pequeña que nadie se encargó de leer en voz alta. Se les concedería la ciudadanía española si renunciaban a su nacionalidad. La gran mayoría de ellos, a pesar del apego que sentían hacia España, no quisieron renunciar a su verdadera nacionalidad, lo cual me parece más que comprensible. La pregunta ahora es, ¿personas que sin ninguna retribución a cambio vinieron a luchar, con grandes posibilidades de morir, a España para salvarla de lo que por desgracia luego sufrió no se merecen que se les homenajee sin condiciones? ¿A qué viene ese epígrafe que les niega una concesión tan pequeña como la nacionalidad al lado de lo que ellos hicieron por nosotros? ¿Realmente se olvida tan pronto?

Habrá que recurrir, pues, a las palabras de nuestros antepasados. Y cito a Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que tanto placer provoca a mi profesor de historia: "Cuando pasen los años y las heridas de la guerra se hayan restañado, hablad a vuestros hijos de las Brigadas Internacionales. Decidles cómo estos hombres lo abandonaron todo y vinieron aquí y nos dijeron: estamos aqui porque la causa de España es la nuestra. Millares de ellos se quedarán en tierra española. Podeis iros con orgullo pues sois historia, sois leyenda. Sois el ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad de la democracia. No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz eche de nuevo sus hojas, !volved!"

Hoy, por ustedes, señores. Gracias.