martes, 2 de febrero de 2010

Nunca Jamás


Hoy os observo desde mi trono y alzo mi copa por vuestra desgracia.
No cabe la menor duda, estáis condenados.

Los castillos de cartas no son muy resistentes, y la obra termina con el primer aplauso. Pretendéis ser todo lo que muestra la pantalla: color, luz y arbitraje. Y yo sólo veo venas e intestinos machacados.
Las metáforas no sirven sino en los libros, y las sonrisas se caducan; los dientes se van oscureciendo ante la comparsa de demasiados cigarros empapados de clichés. No, Bohemia no era esto.
Apartáis los compromisos como quien elude una encerrona y, sin embargo, sois tan hermosamente tristes como cualquiera. Vomitáis empalago.
Las ropas, cuidadosamente descolocadas, y la música tan caótica que resulta armoniosa. Sois una simpática imagen corporativa.
Permanecéis en vuestro sillón de orejas, algún día viajaréis por el mundo y convertiréis el aire en sueños, sí, algún día... Mientras tanto, olvidar, permitir. Siestas.
Óxido.
Burbujas de papel maché; no tenéis sabor ni cadencia. Nadie os escoge ni os aparta, sois etéreos, tan divinamente presentes que vuestra ausencia ni se percibe.
No conocéis el sacrificio. Sí la traición. (Creo que la llaman diplomacia).
Absolutamente erguidos, sí, sois gigantes de mármol; sólo las grietas dejan de paso a vuestro yermo interior.
Vacío.

Hoy, sólo me inspiráis desprecio. Os habéis encadenado a la nada. A la soledad eterna, al desvío, el errar. Y ya no queda mucho tiempo; Nunca Jamás no dura para siempre.

No hay comentarios: