sábado, 21 de junio de 2008

Esa canción, ese momento

En este Día Europeo de la Música, y todavía carcomida por la angustia de no poder ver a Coldplay en septiembre, me permito el lujo de hacer una pequeña reflexión sobre la importancia de la música en nuestras vidas.

No hablaré en un sentido estrictamente musical; tampoco mencionaré a demasiados artistas. Tan sólo me he dado cuenta de que hay momentos de nuestra vida que tienen banda sonora, y sin ella no serían los mismos; quizás ni siquiera existirían. ¿Qué hay de la más popular escena de Psicosis? ¿Se habría convertido en memorable, acaso, sin la inquietante música que la acompañaba? ¿Y la canción principal de la banda sonora de Star Wars, de Carros de Fuego, de Memorias de África? Por supuesto, jugó un papel relevante en cada una de esas películas.

Pues bien, en esta extensa película que es nuestra existencia, la banda sonora también juega un papel protagonista. ¿Cuántas escenas recordamos ligadas a una canción? Incontables. Y lo más curioso, es que no serían las mismas si no fuesen acompañadas por esa música, aunque los acontecimientos se desarrollasen de igual modo. ¿Cuántas veces escuchamos una canción que nos evoca uno solo de nuestros recuerdos, un recuerdo concreto, por muchos años que hayan pasado desde entonces? Innumerables veces. Y ni siquiera tiene porque ser esa melodía fruto de nuestra devoción, pero sin embargo, es la canción de ese lugar, de ese momento. Es la canción de esa escena, y probablemente la más idónea, ya que nosotros mismos, actores, directores y guionistas de la película, la hemos escogido.

¿Qué sería de mí, pienso yo, sin Wish you were here de Pink Floyd en momentos duros? Incluso cuando no tengo ningún dispositivo a mano que me permita escuchar la música, esa canción comienza a sonar en mis adentros en determinados instantes de depresión, sin que yo pueda hacer nada para pararla.

Así es. Nos guste o no, somos pasto de un engranaje de recuerdos que se tejen en torno a detalles ínfimos, sin los que (a pesar de todo) dejarían de existir.

Y es que hoy es otro día, distinto al de ayer y al de mañana. Y hoy es mi día de Duffy, la rubia galesa que me envuelve en una atmósfera de soul con cada nota de Syrup & Honey; mi día de Amy Winehouse (antes de depravarse) que me recuerda que My Tears dry on their own; mi día de Nouvelle Vague que arrastrando las sílabas con los pies me manifiestan su deseo de Dance with me.
Todas mujeres que, acompañadas por ritmos melodiosos, muestran un repertorio de desgarros de voz, desgarros de voz que no son más que desgarros de corazón. Mujeres que cantan con el alma. Mujeres que crean dentro del universo de quietud de sus melodías, un planeta paralelo de agonías y ansias de respuestas.
Y mientras escribo esto, comienzan a sonar por los altavoces los primeros acordes de You never Called me Tonight, de la increíblemente talentosa Beth Rowley, a la que fervientemente os recomiendo.

You said you’d call me tonight,

you said you’d call me tonight,

so I stand home waiting by the phone,

but you never called me tonight...


(Qué idóneo... Esta canción, este momento).

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