lunes, 23 de junio de 2008

Sex and the city o la cruda realidad

Apresurada por ver la película, durante los cuatro escasos días que he estado en Ourense me he dedicado a ver capítulos de Sexo en Nueva York como una posesa. Nunca ha sido mi serie favorita, pero sin embargo destila un aire a superficialidad y conformismo que a veces hace falta, más que nada para que esta cabecita loca que reposa sobre mis hombros deje de dar vueltas y más vueltas durante un rato.

Las chicas más glamourosas de Manhattan lo consiguieron durante toda la primera temporada (lo cual es un gran mérito) pero hoy llegué al primer capítulo de la segunda temporada, y las cosas cambiaron. Las cuatro amigas, sentadas en una mesa de cualquier cafetería cara, hablaban sobre qué podría hacer Carrie para superar la ruptura con Mr. Big. La alentaban a que se arreglara, a que asistiese a actos públicos con buenas compañías masculinas, etc. para que él se sintiera celoso. Tras un buen rato de comentarios intrascendentes sobre el tema, Miranda (para los no-doctos, la pelirroja) se levanta de la mesa y proclama a los cuatro vientos que está harta de hablar de ello, que no hacen más que hablar de hombres, como si ellos controlaran su vida, que qué hay de ellas mismas, de sus intereses, de sus aficiones... "¿Cómo es que cuatro mujeres inteligentes no hacen más que hablar de novios? ¿Qué hay de nosotras? ¿Lo que pensamos, lo que sentimos, lo que sabemos? (...) Llamadme cuando estéis preparadas para hablar de otra cosa". Y acto seguido, se marcha.

En ese momento tuve que darle al pause. Sin duda, Miranda me recordó a mí en aquel momento, aún a pesar de que me dobla la edad, de que seguramente tendría millones de relaciones más que yo, de que lo diría con más fundamento. Pero no sería la primera vez que yo tuviera una discusión así con mis amigas. Porque es la verdad, porque supera la ficción. Dos mujeres consideran que tienen confianza cuando se atreven a hablar de sus novios, rollos, aspiraciones sexuales y/o amorosas y cosas similares, lo cual me parece estupendo, pero ¿qué hay de lo demás? ¿Es que en la vida no hay detalles más importantes, más íntimos e interesantes sobre los que conversar? Parece que no. Y es que nuestras mayores aspiraciones, nuestras metas no son, por ejemplo, conseguir un empleo bien remunerado y una casa donde vivir; más bien se reducen a llegar a los 20 años con una media de 57 polvos (con hombres distintos, evidentemente) en tu historial y, sobre todo, que lo sepa todo el mundo. Así empezarán a valorarte. Deplorable, desde luego; falso, en absoluto.

Volví a darle al play no sin un regustillo amargo proveniente de la intuición de lo que pasaría al final del capítulo. Y, efectivamente, ocurrió lo que yo me imaginaba. Miranda, en un achaque del destino, se cruzó por la calle con el hombre que le había roto el corazón, y comprendió que, por mucho que se opusiese, ella era la primera que seguía la dinámica de sus amigas; la primera cuya felicidad se apoyaba en la estabilidad de su vida amorosa, es decir, en un hombre; la primera que no podía evitar contar todo con pelos y señales cada vez que se acostaba con el objeto de su deseo. Al final, se reúne con Carrie y comienzan a hablar sobre lo difícil que es superar las rupturas. El capítulo termina con la frase "No importa quién rompa tu corazón, ni lo que tardes en recuperarte: nunca lo superarás sin tus amigas".

Casi lloro, lo juro. Y no, no fue por la afavilísima y buscadora de lágrima fácil frase del final, sino porque Miranda claudicó. Miranda tuvo que aparcar el discurso, MI discurso, por falaz. Y quizás aún no estaba preparada para escuchar eso...
Puede que sí. Puede que tenga razón. Quizás yo soy la primera que cimienta su vida en sus relaciones amorosas (por llamarlo de alguna manera), la primera a la que le afectan sustancialmente tanto para bien como para mal, la primera que se lo cuenta a sus amigas (cuando quieren escucharla) hecha un manojo de nervios como una niña pequeña el primer día de colegio. Y no quiero oír hablar de ello porque estoy resentida. No quiero oír hablar de ello porque me recuerda lo mal que me va en ese terreno, lo poco fiable que es y lo mucho que me hiere.
¿Será el primer estadio asumirlo, o será síntoma de cobardía el aparcar mi tesis a favor de la cruda realidad? ¿Será una muestra de madurez o, por la contra, un indicio de alienación y sumisión a los clichés de la sociedad? ¿Será que soy una Miranda de la vida o, quizás, cuando triunfe en mi carrera, cuando me sienta una mujer plena y realizada, no prestaré atención a tales nimiedades? (¿Será que soy una Wendy...?)

Miro fijamente a las chicas de Sexo en Nueva York, las atizo con una mirada desafiante. Son guapas, inteligentes, ricas. No deberían quejarse. ¡Yo debería quejarme, y no ellas! (Y, aun así, se quejan...) .
Para no seguir pensando, pongo el capítulo 2.

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