miércoles, 14 de enero de 2009

Los dobles raseros o inmoralidad disfrazada

El titular de última hora "Olmert se niega a parar una guerra que ya deja más de 1000 muertos" coincide en elpais.com con "la máxima autoridad religiosa saudí permite el matrimonio con niñas de 10 años". Un poco más abajo, se puede leer "Irán vuelve a lapidar adúlteros" y, más abajo todavía, pasando desapercibido "Human Rights pide la vuelta a la defensa de los derechos humanos".
Sólo uno de esos titulares no me produce náuseas, y sería redundante decir cuál es.

He evitado escribir sobre el conflicto palestino-israelí en primer lugar, porque no suelo criticar o reseñar noticias sin añadirle un alto grado de subjetividad que lleve a una conclusión. Para contar lo que ocurre ya tenemos la prensa, la radio y la televisión. Además, parece evidente que en este conflicto, incluso persiguiendo la más objetiva de las objetividades, uno no puede evitar posicionarse. Tenía pensado escribir un post acerca de la creación del estado de Israel, cómo se partió desde el idealismo sionista a una realidad que acrecentó los problemas en el territorio, cómo países de las (llamadas) Naciones Unidas tomaron la decisión de dividir Palestina y la cantidad de conflictos originados a partir de esa división. Pero para contar lo que ocurrió, ya tenemos la wikipedia. Sin embargo, a raíz de reflexionar, he llegado a una conclusión que dista mucho de ser política o social, incluso psicológica. No es más que algo que ocurre, que ocurre continuamente, a pesar de los pesares.
Esta no es una cuestión de Israel y Palestina. Ni fue una cuestión de Georgia y Osetia, ni de Irán y... el resto del mundo. Es una cuestión de guerra. Es una cuestión de ODIO.
Está claro que Israel está masacrando a los habitantes de la franja de Gaza, que están acinados en un gueto con la mayor proporción de habitantes por kilómetro cuadrado del mundo. A pesar de que (cabe recordarlo) la población civil al sur de Israel ha sido víctima de una agresión constante durante los últimos meses, la respuesta ha sido no sólo desproporcionada sino ilegal desde un punto de vista político (no cumplen la resolución de la ONU) e inmoral desde un punto de vista humanitario. Pero no es ese el tema que pretendo tocar. La situación de Palestina e Israel es un conflicto de difícil solución avivado por muchos errores pasados así como por intereses políticos por parte de la comunidad internacional: básicamente de los estados árabes y de Estados Unidos. Pero, a pesar de todo, lo que lo hace permanecer vivo es el odio.

Sé de buena tinta, por personas que estuvieron en los campos de refugiados, que los palestinos viven única y exclusivamente con el objetivo de vengarse, de matar a cuantos más judíos mejor, de luchar (físicamente) por su tierra y su pueblo. Son educados en el más cruento de los sentimientos: no reconocen a los israelíes como seres humanos. Probablemente del otro lado ocurra lo mismo. Cuando el año pasado estuve en el Sahara, en los campamentos de refugiados en Argelia, me llamó la atención que se perfilasen dos posturas con respecto al conflicto con Marruecos: muchos saharauis apelaban a la lucha armada, a comenzar de nuevo la guerra, a luchar con uñas y dientes por su territorio sin importarles si les iba la vida en ello. Otros, básicamente las nuevas generaciones, pasaban del tema y ni se molestaban en preocuparse por ello. Desgraciadamente (ahora lo comprendo) parece que sólo se pueden tomar dos posturas. Y las dos radicales. No sé si será el mundo en el que vivimos; empiezo a pensar que no es el mundo, sino el propio ser humano el que se ve intrínsecamente forzado a formar parte de un grupo, a someterse a él, a apoyarlo 100% sean cuales sean sus ideales. Porque es "su grupo", "su pueblo", "su nación", "su partido político" o "su equipo de fútbol". O fanatismo o asocialidad. O "segundo holocausto, muerte a todos los judíos" o "no te importan los derechos humanos". Eso es lo que se vislumbra en las caras de aquellos con los que me atrevo a comentar mi postura.
A los perroflautas y a los rojillos de palo (y perdónenme la expresión) les cuesta muy poco decir "muerte a todos los judíos", o "muerte a todos los marroquís" o "muerte a Estados Unidos" o "viva la revolución". Incluso creo que son capaces de decirlo a cuatro voces, en plan canon. Pero eso es lo que me da miedo. No sé si se lo creen o no; es muy probable que el 80% de ellos lo manifiesten porque esa es la postura de sus amigos, de su tribu urbana, de su "grupo". Es una forma de integración como otra cualquiera, que no denota más que una tremenda inseguridad y dependencia, aunque eso es otra historia. Pero el otro 20% realmente lo cree: muerte a todos los judíos, ellos son el enemigo.
Mi Photoshop afirma que existe una amplia gama de colores, sin embargo, parece que sólo vemos el blanco y el negro. O que sólo queremos ver el blanco y el negro. Buscamos a tientas la solución al conflicto palestino-israelí mientras sacamos las fauces a todo lo que nos suene a judío, "porque hay que eliminarlos a todos. Porque son... ¡malos!". Y ahora, de repente, somos aliados de los árabes en su lucha encarnizada contra Israel, cuando hace un par de años despotricábamos contra "esos asquerosos musulmanes fanáticos que se dedican a ir por ahí matando gente". Pretendemos que personas que han mamado el odio a aquellos que siempre han considerado como enemigos pongan fin, por su propio pie, a ese sentimiento que nosotros mismos sentimos sin siquiera vernos afectados por ello. Eso no es tolerancia, sino una postura muy cómoda e irreflexiva de la situación. Sólo vemos la paja en el ojo ajeno y nos damos cuenta de que nosotros somos los primeros que nos adscribimos a un movimiento, a una idea, a una corriente ideológica. Y la defendemos hasta las últimas consecuencias, sin pararnos a pensar antes qué nos parece bien o mal de la misma. Sólo seguimos a la masa, y punto. Como borreguitos pastando en una ciénaga, nos vamos hundiendo por el propio peso de esos pensamientos radicales que son oportunamente conducidos por algún que otro perro pastor que aprovecha la coyuntura para manipularnos. Y la única postura que pueden adoptar aquellos que abren los ojos y se dan cuenta de su error es la del escepticismo. Y a pasar de todo.
Quizás, entre rojos de verdad y de acuarela, nazis de cabeza rapada o de bigote postizo, nacionalistas vascos y españoles, la china del todo a 100 y el tío que me vende el tabaco para las cachimbas en Lavapiés yo soy una hippie perdida en el siglo XXI. Pero me importa la paz. Y no apoyaré ninguna cruzada. Sea de quien sea.



1 comentario:

V dijo...

Entendo tan pouco os maniqueísmos cutres de israelís malos e palestinos bós coma a covarde equidistancia dos que buscan excusas á masacre. O sangue non limpa o sangue, do mesmo xeito que os tanques non disparan xustiza.