sábado, 6 de junio de 2009

¿Todo está en los libros?

En la edición de hoy de El País podréis encontrar un artículo de Gustavo Martín Garzo que os recomiendo encarecidamente. Se títula ¿Todo está en los libros? y trata de un tema que yo defiendo a capa y espada: la capacidad de la literatura, así como del cine, de transportarnos a otras vidas, a otras experiencias lejanas a nosotros: experiencias que en muchos casos nunca llegaremos a experimentar. Además, habla de la necesidad de coger de esas realidades "extrañas" lo que nos interese e intentar reproducirlo en nuestra propia vida.

Sin duda, muchas de las experiencias que conocemos o, al menos, reconocemos, no provienen de nuestra propia existencia, sino de algo que alguien nos ha contado, que hemos leído o que hemos visto en una película. Sin duda, todos sabíamos lo que era un beso en los labios antes de que nos diesen el primero; todos entendemos la emotividad del parto, aunque nunca hayamos parido; todos podemos comprender el horror de los campos de exterminio, sin (afortunadamente) haber estado en ninguno. En ello radica la importancia de la literatura y el cine: en su don de insertarnos en una historia ajena a la nuestra hasta tal punto que nosotros mismos creamos haber vivido lo que han vivido los personajes, conocer lo que es aquello que nunca nos ha ocurrido, aprender de algo que no hemos vivido.

Pero, ojo, no lo hemos vivido. Por eso tanto Gustavo Martín Garzo en su artículo como yo en mi reseña hacemos hincapié en que está muy bien conocer otros mundos, siempre que luego eso que aprendamos de ellos nos sirva para nuestra vida, que NO es esa, ya que no es lo mismo experimentar algo en propias carnes que leerlo en un libro.

Tras muchas películas y muchos libros, llega un momento en el que me planteo qué estoy haciendo con mi vida. Qué es mi vida en realidad. Si mi vida podría representar el argumento de una novela, de una película. Al menos de un relato, o de un corto. Tras muchas películas y muchos libros, miles de experiencias se agolpan en mi cabeza como se agolpan los conocimientos justo antes de un examen, las bolsas de basura en los contenedores los días de huelga, los achuchones tras una larga espera. Tras muchas películas y muchos libros ni siquiera veo en mí un personaje secundario, no veo nada relevante, y lo que veo no es mío. Tras muchas películas y muchos libros (y muchas conversaciones con personas que sí tienen algo que contar), tras muchas lunas mirando la vida desde la mirilla, me doy cuenta de que entre ella y yo hay una puerta infranqueable cerrada con cien candados. Leo, leo, visiono, visiono, y me quiero apropiar de experiencias que no son ni serán nunca la mía. Como una niña que se pone el carmín y los tacones de su madre. Vivo en los personajes de las novelas que leo, de las películas que veo; vivo en la gente que me rodea, a la que observo como si ante una obra de teatro me encontrara. Artificialmente, intento comportarme como ellos, maquillo mi inexperiencia de imitaciones y, mal que bien, me voy camuflando entre los matorrales. Pero esta mañana, como cualquier otra, me he despertado y otro día sin expectativas me ha saludado con desidia.
Porque en esta historia no hay giros repentinos. En esta historia no hay personajes ni argumento, no hay aventuras, no hay acción. En esta historia no hay amores pasionales ni románticos, no hay objetivos ni metas, no tiene sentido ni forma.

...

La respuesta es no. Como mucho sería un poema. Un pequeño poema melancólico sin principio ni final. Un poema de esos que no marcas en un libro de poemas. Un poema modesto, escrito en Times New Roman 12, no narrativo, tampoco demasiado lírico. Un poema de esos que quiso imitar a Neruda y se quedó en dedicatoria de quinceañeras. Un poemilla mediocre. Insignificante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No podría estar de acuerdo ni sentirme más identificada.

Anónimo dijo...

Arancha, hola :), que pensé que era visible quien era, por el avatar y así. Soy Thaïs. Un beso.

(Siento la intriga generada.)