martes, 26 de mayo de 2009

Conversaciones con el espejo

Eres, nada más, un recuerdo que fluye solo en ese limbo que llaman tierra.
Eres (lo veo en tus ojos: demasiado grandes, demasiado tristes) una espiga desvirgada, lo que pudo ser, el ardid de metáforas absurdas que cualquiera quiso entregarte.
Eres caderas demasiado anchas, pechos demasiado fútiles, piel demasiado pálida, el rincón de la sala que queda sin luz, la bombilla de la lámpara que no funciona.
Eres pelo que crece como crecen los árboles octogenarios, por costumbre; fuerte, negro, carbonizado frente a tu semblante gris. Tan gris que nadie adivinaría su innato color aceituna.
Eres sólamente un silencio vagabundo en una partitura llena de solfeas; sabes que no te escuchan, mas ni siquiera te oyen.
Eres lástima en tus pómulos. Lo que se exilia de los neonatos.
(Me lo dicen tus manos, tan ásperas...), eres lo que otros quisieron dejar en ti, eres lo que otros rozan de tu cuerpo absurdo, lo que otros modelan de tu mente insignificante, lo que demasiado pocos quisieron entrever de tu corazón.
Eres, nada más, el cubo de basura que se arrastra moribundo ante las puertas de una perfumería, la carga ocre de un alcohólico en las noches de resistencia, la contingencia de un abuso cometido en callejones amnésicos.
Quieres ser lo que fuiste, pero nunca has sido nada.

Ya nadie recompone tu figura de barro caliente. Aguarda junto al torno las noches de disfrute; aguarda junto al torno con esos labios bizcos lo que ni tú sabes que aguardas.


Sigue aguardando, incauta.
Eres, por esta noche, la esperanza de los necios.

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