jueves, 24 de julio de 2008

Bom día da Patria Galega!

Antes de cualquier tipo de introducción, y para evitar comentarios despectivos, lo sé: o día da Patria Galega es mañana, 25 de julio, pero por desgracia hoy me voy a Madrid por obligaciones burocráticas, así que dejo este post 24 horitas antes, pero con el mismo sentimiento.
Bien, para los profanos o, en su defecto, los no-galegos (que son la mayoría de lectores de mi blog) o día da Patria Galega es (en palabras de Castelao) "a festa maor de Galicia, a festa de todol-os galegos". (La fiesta mayor de Galicia, la fiesta de todos los galegos).
Se dice que sus orígenes proceden de una tradición pagana, cuando los celtas habitaban estas tierras, en la que se adoraban a dioses y se exhibían piezas de cerámica y adornos florales. Posteriormente, esta tradición fue adoptada por el cristianismo para el día del apóstol Santiago. Lo que está claro es que la festividad como tal surge en 1920, cuando las Irmandades da Fala instauran el Primer día de Galicia como autoafirmación de nuestra identidad colectiva. As Irmandades da Fala fueron un importante colectivo de galeguistas, pioneros en el ámbito, que se dedicaron a defender los derechos lingüísticos de los galegos. De ahí su nombre, "hermandades del habla". Pues bien, esta fiesta fue pronto asumida por todos los galegos como suya y propia. Con la dictadura de Primo de Rivera se puso fin a la celebración, que volvería, sin embargo, en 1931, con más fuerza si cabe. Fue un buen momento: se escribió el Estatuto de Autonomía de 1936 que, lamentablemente, no llegaría a institucionalizarse por la llegada de la guerra civil.
Como es de suponer, con la dictadura franquista todo rastro (visible) de celebración de nuestra fiesta fue aniquilado, aunque siguió celebrándose por la comunidad galega emigrante o en el exilio, que no era poca. Ellos mantuvieron encendida esa llama que el franquismo pretendía apagar. No sin razón, nuestro poeta por excelencia, Celso Emilio Ferreiro, llamó a esta época "longa noite de pedra" (larga noche de piedra).

A finales de los 60, ya las organizaciones Galeguistas comenzaron a convocar manifestaciones todos los 25 de julio, y en los 70, a medida que crecían las reivindicaciones y el grito de los galegos se escuchaba más alto, se instauró el término "Día da Patria Galega".
Con la llegada de la democracia y el Estatuto de Autonomía, nuestra fiesta grande se hizo aún más grande. O día da Patria está instaurado como día festivo, y es un día en el que toda Galicia proclama su orgullo por ser lo que es (bueno, casi toda). Es ya tradicional la manifestación del 25 en Santiago de Compostela y las diversas actividades culturales que se realizan alrededor de la conmemoración. Hoy (bueno, mañana) es nuestro día. Hoy, con más orgullo que nunca. Y hoy os deseo a todos BOM DÍA DA PATRIA GALEGA!

P.D.: No suelo publicar nada mío... pero, por ser o día da Patria, aquí dejo algo que encontré hace unos días, perdido entre moles de calcetines y carpetas con dedicatorias. Lo escribí en 4º de la ESO, con 15 años. Y va dedicado á miña terra.

Ás veces non teño palabras; outras veces xermolan sen semente
ás veces non teño fado; outras veces non o deixo que me leve
esvarando, logo do longo camiño esquecido
nas bágoas dalgún amor; amor non correspondido.
Observo a terra que piso, a miña terra Galiza
¡cantas penas me trouxeches, pero o que por ti daría!
Canto os prantos, canto os males, alegrías e tristuras,
canto na veira do mare por non esquecer as chuvias.
Non me faltes, non me faltes.
Nin amor nin razón nin terra nin aire.
Non me faltedes agora.
Eu quero vida, eu quero morte, eu queroo lonxe
ou preto de min, na Galiza: esnaquiza as miñas dores.

lunes, 21 de julio de 2008

Autoescuelas o el poder del cada uno a su bola

Últimamente no paro de fijarme en la dicotomía del ser humano en todas sus vertientes. Desde luego, habría mucho que debatir sobre el tema, pero hay algo en concreto que me ha llamado mucho la atención con respecto a las relaciones de la gente en sociedad.
Hay lugares a los que las personas van a hacer amigos, aunque ese no sea (supuestamente) su objetivo principal. Se nota, se palpa en el ambiente. A otros, sin embargo, van porque tienen que ir. Hasta ahí todo bien: yo misma lo hago a menudo. Por poner dos ejemplos: en clase (al menos hasta que llegué al Chami, donde vi que hay mucha gente que pasa de hacer amigos en clase cuando los tiene en el colegio mayor, pero bueno, hablo por la generalidad de la especie humana) o en el trabajo. O, mejor, cuando la gente sale de noche y va a un pub a tomarse algo: suele esforzarse por parecer simpática o, como mínimo, que se lo está pasando bien con los colegas. En las discotecas, las chicas menean sus curvas (si es que las tienen) y lucen sus mejores galas; los chicos les dedican sonrisas resplandecientes y miradas provocativas, y de vez en cuando cae algún bailecito. Es un lugar al que la gente (en general) va a hacer relaciones. Normalmente sexuales, todo sea dicho, pero relaciones al fin y al cabo. ¿Acaso no habéis notado el extraño fenómeno que sólo se produce por las noches en el que personas que conoces de vista y que normalmente no te saludarían por la calle te saludan cordialmente dedicándote incluso alguna que otra charla amena? Sí, queridos, es el momento de relacionarse.
Hay otros lugares en los que, a pesar de que nos encontramos con otras personas, no tenemos intención de establecer ninguna relación. Véase el transporte público o, mejor, las salas de espera de los ortodoncistas. Vas allí por tus puñeteros brackets y punto. No vas a ponerte a charlar con el que está al lado, y eso que, en realidad, tiene más en común que tú que el tío con el que echaste un baile la noche anterior; al menos él también sabe lo que se sufre con un aparato. Pero no es el momento, ni es el lugar.
Pues bien, en la autoescuela pasa lo mismo (al menos, en la mía). La gente va a lo que va, a sacarse el carnet, y da igual que te pases 3 horas allí, con ellos, en esa sala rebosante de calor humano y atmosférico, porque no te van a saludar. No se dignan ni a mirarte. Son como autómatas que, accionados por una batería, se dirigen a un lugar concreto para un único fin. Por decirlo de otra manera, que van a su bola. Y me parece estupendo, sí, yo tampoco voy a la autoescuela a hacer amigos: esos ya los hago en clase, en el colegio mayor, etc. Pero, ¿acaso cuesta tanto decir "hola" cuando se entra? ¿Cuesta mucho decir adiós al marcharse? ¿Supone tal terrible esfuerzo un "ciao" cuando te cruzas con una persona por la calle con la que te pasas varias horas al día, aunque sea en contra de tu voluntad? Nada de eso supone un compromiso; el saludar no significa que tengas que irte con ella de cañas o invitarla a cenar. Es mera educación. Pero, desgraciadamente, en este mundo en el que vivimos, poblado por entes progresivamente alienados, rige el poder del cada uno a su bola. Es curioso, porque a la hora de criticar, de repente todo el mundo conoce a todo el mundo. Pero, a veces me da por pensar que me pueden asesinar en el medio de la calle y la gente sólo se dará la vuelta para echar un vistazo a la escena (y de paso, a mi modelito, para juzgarlo con miradas reprobatorias, o satisfactorias si tengo suerte). Luego se volverán a poner el auricular del Ipod y seguirán adelante. Aunque sean mis compañeros de la autoescuela. Probablemente, aunque sea ese chico con el que bailé la otra noche.

jueves, 17 de julio de 2008

Ser un monstruo

(Porque hoy no he podido más, y sí, voy a volcar muchos datos autobiográficos...)
Y es que desgraciadamente en este mundo que nos ocupa ser un monstruo no es ser una mala persona. Ser un monstruo no es ser malvado, manipulador o mentiroso. No es carecer de escrúpulos. No es cometer atrocidades.
Ser un monstruo es ser un monstruo, ser lo que se dice un monstruo, lo que en el imaginario colectivo es un monstruo: es ser feo, grande, gordo y con anomalías físicas (o con mucho pelo). Cuando se dice "monstruo" nuestro primer pensamiento nos dirige a la imagen de los monstruos de los cuentos, esos que nos daban miedo de pequeños: el ogro, el coco, el hombre-lobo. A ese que vivía debajo de nuestra cama o dentro de nuestro armario. Cuando nos dicen monstruo pensamos antes en Quasimodo que en la bruja de Blancanieves (era muy guapa, la jodía). Antes en la Bestia que en el cazador que mató a la madre de Bambi. Y es así.

¿Sabéis lo que es de verdad ser un monstruo? Ser un monstruo empieza cuando un niño de tu clase te llama fea. Sigue cuando otro te llama gorda. Continúa cuando las niñas de la clase lo afirman, cuchichean y se rien de ti, y cuando todas empiezan a ponerse minifaldas y tú no puedes porque sería enseñar demasiado de ese horroroso cuerpo que dios te ha dado. Al final acatas ese rol, eres un mounstruo. Eres la fea de la clase, la gordita. Todos lo saben; tú también. Intentas a duras penas destacar en otras cosas aunque sabes perfectamente que, por muy inteligente o bondadosa que seas, nunca vas a ser la princesa de ningún cuento. Eso se les reserva a las demás. En esa etapa, los adultos apenas le dan importancia y tú tienes la esperanza de que ya pasará. Y esperando que pase, pasan muchos años... (sigues siendo un monstruo)
Y un buen día, tú también eres adulto. Un monstruo adulto. Y, ¿sabéis lo que es de verdad ser un monstruo adulto? Ser un monstruo es no poder intercambiar ropa con tu amiga, porque te queda pequeña. Ser un monstruo es no ir a la playa este verano porque no quieres que nadie te vea en bikini. Ser un monstruo es que los chicos te digan "todas las tías me dan morbo, menos tú". Ser un monstruo es que tu madre te diga "mejor, hazte sólo 8 fotos de carnet, que estás muy fea... a ver si para Navidad estás más guapa y así te puedes hacer más". Ser un monstruo es que tu primera reacción al ver la susodicha foto sea quemarla o romperla en mil pedazos, porque realmente das miedo. Ser un monstruo es evitar cambiarte delante de un espejo para no tener que verte desnuda. Ser un monstruo es que ya ni te apetezca salir a la calle de lo mal que lo pasas notando que los demás te miran: porque te miran como a un monstruo. Ser un monstruo es hacer una dieta absolutamente restrictiva con la que te entran ganas de comerte hasta tus propias entrañas, una dieta con la que en años anteriores llegaste a adelgazar 18 kilos, y no adelgazar ni 3... porque eres un monstruo, porque tienes metabolismo de monstruo y por mucho que luches no vas a cambiar. Nunca.

Y terminarás por comprender que tu lugar está dentro del armario (literalmente, no en sentido figurado) o debajo de la cama o en una cueva recóndita apartada del mundo. Porque este no es lugar para monstruos. Y porque no hay Christines que se enamoren de fantasmas de la ópera... y porque las Bellas que aman a las Bestias no existen... (y mucho menos los bellos...).

martes, 15 de julio de 2008

Carencia total de inspiración (I)

Después de una semana alejada del mundanal ruido, creía fervientemente que volvería con más fuerza que nunca, con muchas cosas que contar y muchas ideas que transmitir.
Pues me equivocaba.
Será que mis neuronas también están de vacaciones; será que ya se me ha agotado el surtidor de ideas. Desde luego, podría contar explícitamente todo lo que he hecho en Santander, pero creo que eso rompería el esquema del blog que, por ahora, pretendo mantener con la idea original. Leo la prensa, escucho la radio, veo la televisión... y no hay nada que capte mi atención, nada que me diga "merezco un post en tu bitácora", nada que me resulte extraño o inusual. El New Yorker sigue llamando a Obama pro-islamista; Sarkozy sigue cagándose en Irlanda y en la madre que la trajo al mundo mientras intenta con poco éxito solucionar todos los problemas del planeta; el panorama político nacional sigue oscilando entre tema crisis y tema consulta de Ibarretxe, se sigue celebrando la victoria de Nadal y (sí, aún, que no os digan que no) la de la selección.
Qué curioso que lo que más me haya llamado la atención es que en Francia van a hacer un Gran Hermano de curas. Sí, sí, un reality show con su plató, sus camaritas y su presentadora mona. E incluso eso, pensándolo bien, es algo quasi normal: la Iglesia lleva sin tener pudor muchos muchos años. Y que conste que digo la Iglesia con I mayúscula, que no se me malinterprete. Así que supongo que lo último que les faltaba era integrarse a las nuevas tecnologías; a lo mejor crean una cuenta de youtube o un myspace.
Y es que parece que no soy yo la única carente de inspiración; el mundo entero se aletarga en verano, nuestros personajes más celebres van a la playa y se relajan posando en sus yates (o en topless, en su defecto), los políticos tienen calor y no les apetece innovar, los deportistas disfrutan de un merecido descanso mientras los fichan o los dejan de fichar, los escritores vuelven a su madriguera después de la intensidad de las ferias del libro, los estrenos de cine se reducen a comedias románticas insípidas, películas infantiles y alguna que otra de acción. Carpe Diem, pequeños, carpe diem. Y, sin embargo, parece que a todos nos gustaría ivernar en verano... (Qué paradójico, ¿no?)
Nos planteamos millones de proyectos para esos dos/tres meses de descanso, de los cuales el 99% no se cumplirán. Y así llegamos, carentes de inspiración, al inicio del curso próximo en el que nos reprochamos no haber disfrutado el verano y nos prometemos a nosotros mismos que al año siguiente no será igual. Y así sucesivamente. (O, al menos, es mi experiencia)
Podría escribiros sobre escritores argentinos venidos a menos con norteamericafobia y juventufobia que se congratulan de tener un ejército de viejunos como fans. Podría escribiros sobre las fantasías de una niña que ha dado un traspiés, sus ilusiones el día que le llega una carta que dice "admitida en los estudios de periodismo". Sobre todo, podría escribiros acerca del dolor de alejarse de una amiga, de una amiga que necesitas y que quieres. Una amiga que se va lejos...
Pero eso ya son otras historias. Y hoy no tengo inspiración.

sábado, 5 de julio de 2008

La poción mágica de los daneses

Según anunciaba ayer El Pais, Dinamarca es el primer país de la Unión Europea que está siendo gravemente afectado por la famosa crisis económica, de la que oímos hablar aproximadamente 253.647 veces al día. De hecho, la economía del reino danés ya ha entrado en recesión. No sé mucho de economía, pero lo que sí sé es que eso no es bueno en absoluto para el bolsillo de los daneses. Y, vaya, cual sería mi sorpresa, cuando acto seguido leo que, según las últimas encuestas del INE, los daneses son los más felices de Europa. Sí, sí, como lo oís, los más felices.
Desde luego, ya lo dice el refrán, "el dinero no da la felicidad", pero contribuye. Así que, asombrada como estaba, me planteé una labor de investigación sobre el país en cuestión con el único fin de encontrar qué es eso que hace tan felices a los daneses. Para vuestra información, Dinamarca es un país monárquico que forma parte de Escandinavia y hace frontera con Alemania. Evidentemente, el clima no es del todo favorable a la felicidad de sus habitantes. Está rodeada por el mar del norte y el mar Báltico, y es más bien pobre en recursos geológicos. La gran mayoría de su población es luterana, o como ellos llaman “miembros de la iglesia del pueblo danés”. No tienen una cultura demasiado rotunda o particular, aunque cabe destacar su hospitalidad y su afán de trabajo (bueno, lo típico que dicen de todos los países, excepto, quizás, de España, donde se destaca más nuestro afán festivo).

Y bla, bla, bla. Pero nada que explicase el porqué de esa felicidad tan extendida. Intrigada todavía, no pude más que reflexionar acerca de sus personajes más conocidos: Hans Christian Andersen no parecía muy triste, la verdad; tampoco Viggo Mortensen o el futbolista Michael Laudrup. El único, Lars Von Trier, que más que triste parece un poco trastornado, pero seguro que el hombre es feliz.

¿Será la forma de vida de los daneses lo que los hace tan felices? ¿Será que son educados para luchar por aquello que sueñan, por conseguir sus metas y sus objetivos sin importar los obstáculos? ¿O será, por la contra, que son menos exigentes? ¿Será que se obligan a sí mismos a sentirse felices con la vida que tienen, a pesar de que no la deseen? ¿Será un espíritu optimista o un espíritu luchador? ¿Será que mintieron en las encuestas o que el resto de europeos estamos muy deprimidos?

No lo sé... al final, lo que parece más plausible, es que (como los galos) tienen su Panoramix particular que les administra una poción mágica desde que son pequeños, de forma que todos se convierten en una especie de Obelix de felicidad... quién sabe...

Por lo de pronto, y para satisfacer la curiosidad, me voy planteando una Erasmus a Dinamarca, para ver si me obsequian con un poquito de poción o, al menos, para poder decir “infeliz, sí, resignada, no”.

Y que no se diga que los galegos no luchamos por nuestros sueños...

(Y dicho esto, os abandono una semana, queridos lectores, para embarcarme en mi aventura santanderina. ¡Echadme de menos!)

miércoles, 2 de julio de 2008

Dejar huella

Cuando viajé a Egipto, lo hice sumida en una gran crisis existencial que se subsanó, en parte, tras el viaje. Eso fue porque realmente aprehendí las metas de los antiguos egipcios, que no eran tanto “la vida después de la muerte” como “la huella después de la muerte”. Me explico, los egipcios tenían un miedo atroz a morir y no dejar nada detrás que hiciera que los recordaran, tenían pavor al olvido, a verse relegados a una civilización muerta a orillas del Nilo como cualquier otra, y de ahí las pirámides y otros edificios de carácter monumental como los templos de Abu Simbel.

Absorta yo en la imagen de las tres pirámides del desierto de Gizah que se extendían ante mis impresionados ojos y, posteriormente, en el tacto de la Gran Pirámide Keops, no pude evitar echarle el ojo a pequeñas inscripciones tales como “Pepita te quiero”, o “Martita y Laurita, amigas para siempre” u otras tantas de diversa índole que no pude descifrar por encontrarse en otros idiomas; ahora bien, ninguna era antiguo egipcio. Y lo mismo, seis meses después, en el Mausoleo de Éfeso, en Turquía.

Ahora han pillado a un profesor de Educación Física japonés y a siete de sus alumnos pintando en la cúpula de la catedral de Florencia, a lo que los italianos han reaccionado pidiendo que los susodichos vuelvan y lo limpien, lo cual me parece estupendo. ¿Que nunca se había sancionado a nadie por eso? Pues no, pero alguien tenía que ser el primero. También a mí me tocó hacer la selectividad con la nueva normativa del galego, aun cuando llevaba “en práctica” dos años, y no me quejé. Además, parece ser que tanto el profesor como los alumnos van a ser sancionados por la universidad de Kyoto. Lo que quiero decir con esto no es que yo esté en contra de los grafittis o las pintadas urbanas, me parecen muy bien siempre que sean en determinados lugares.

Y es que, lo que está claro, es que lo que perseguían estos japos, al igual que el novio de Pepita en las pirámides, era dejar huella, nada más ni nada menos que lo que hicieron los egipcios, los grecorromanos en Éfeso o Brunelleschi en la cúpula de la catedral de Florencia. Y no pongo en duda que realmente el sr. X no quisiera a Pepita, o que Martita y Laurita no creyeran que iban a ser amigas para siempre (puede que sigan siéndolo, o puede que no, quién sabe...). Tampoco rechazo el hecho de que quieran dejar un testimonio por escrito de las magníficas sensaciones de ese momento, pero vamos, para eso están las puertas de los váteres en las cafeterías. O, si no, que se construyan su propia pirámide y escriban lo que quieran, que pasen a la historia. Pero que no profanen otra historia que está en las antípodas de lo que ellos podrían ni imaginarse cuando actuaron de ese modo.

Y dejo algo de mi propia cosecha para reflexión popular: no es lo mismo dejar huella que dejar mancha. Las manchas son inoportunas, se lavan, se intentan quitar, fastidian. Las huellas no se borran, las huellas se siguen y se persiguen, las huellas son indicios que nos indican el camino a seguir. Quizás, toda esa gente debería plantearse si en lugar de dejar huella, estaban dejando mancha. Quizás nosotros, con cada uno de nuestros actos, con cada una de nuestras relaciones deberíamos pensar qué poso estamos dejando... ¿huella, o mancha?

martes, 1 de julio de 2008

Al 50%

Ya no recordaba lo agotador que es ir de compras, y más de rebajas. Será porque en los últimos meses, debido a mi progresivo pero notable aumento de peso, dejé completamente de lado ese hobbie que es el de la compra compulsiva de ropa (he de decir que una de las aficiones predilectas de las chicas de mi edad); o será que está saliendo mi lado más masculino (veo, pruebo, compro. Y adiós). No lo sé. Pero hoy, decidida a comprarme un par de cosillas por necesidad (véase sandalias y cartera) me vi tentada a huir despavorida de las tiendas. La gente se empujaba y agolpaba ferozmente, incluso aunque tuviesen sitio de sobra; puede que ese sea el espíritu de las rebajas. Por todas partes se escuchaban gritos de "jo, tía, ¡y no me sirve la 36!", o "mamá, pero si es preciosaa", o "cariño, ¿no me hace mucho culo?" o "Señorita María, acuda a caja por favor". Realmente desesperante.

Tampoco recordaba lo raro que te mira la gente en Ourense cuando vas vestida de hippie (aprende Aranchiña, hay ocasiones, y hay atuendos...). Me refugié tras mis aviator glasses, no porque me diera el sol, sino como protección ante esas miradas viperinas, como los niños pequeños que cuando juegan al escondite se tapan los ojos "si no lo veo, él a mi tampoco". Fue curioso.

Otra cosa que no recordaba es que vivo en una ciudad con un solo centro comercial, por lo que el encontrarse a tu ex-compañera de pupitre, al hijo del primo de un tío tuyo o a aquel chico que te gustaba en 3º de la ESO, más que frecuente es natural. Y entonces se repiten los dos supuestos anteriores: mirada extraña a mi vestimenta seguida de frase exclamativa tal como "¡jo, tía, pues sólo he podido comprarme cinco camisetas, dos pantalones, un vestido y unas bailarinas!".

Y mientras volvía a casa, no sin mis gafas, caí en la cuenta de que yo también estoy de rebajas. Estoy al 50%. Y no me malinterpretéis. Ahora mismo soy 50% la Arancha que llegó a Madrid en octubre de 2007 dispuesta a comerse el mundo y 50% la Arancha mediocre, superada por sus miedos e inseguridades que vivía en una pequeña ciudad llamada Ourense. 50% la Arancha original e íntegra que defiende sus propias ideas (sean o no apropiadas), 50% la Arancha que desea convertirse en una ovejita más, para no llamar la atención. 50% la Arancha que tiene esperanza en el futuro, 50% la Arancha que, a base de palos, se ha quedado sin aspiraciones.
Al 50%...

Y como no me compre nadie, a las segundas rebajas...