lunes, 23 de marzo de 2009

In memoriam

La llamaron la poeta del desamor, y su juventud la pasó rodeada de prestigiosos intelectuales de su país, como García Márquez. Pero poco más nos ofrece su biografía. Si digo Olga Isabel Chams Eljach, probablemente no sepáis de quién demonios estoy hablando. Pero quizás Meira Delmar arroje un poco de luz al pozo de los nombres propios que se perdieron en el olvido tras seudónimos acertados.
Sus padres eran libaneses, aunque ella nació en Colombia, y allí se quedó. Su historia no es la historia de una miliciana que luchó por su pueblo, no estuvo exiliada ni tuvo que ganarse la vida a base de limosnas. Su historia fue la historia normal de una mujer nacida en las Barranquillas que, simplemente, escribió. Y escribió. Y escribió. Su talento, eso sí, fue más apreciado fuera de sus fronteras, en Cuba o Nicaragua, que en Colombia. Pero al final, su tierra natal sucumbió a los encantos de una poesía que, lejos de retóricas metafísicas, aludía a su propio sentimiento. Pura poesía de la experiencia.

Y es que en este mundo de superproducciones hollywoodienses, de videos de youtube y leyendas urbanas, parece que aquel que no posea en su haber un par de guerras, cárcel, miserias varias y muerte de seres queridos no merece nuestro respeto. Hoy rindo pleitesía a una artista que dejó como legado nada más y nada menos que su arte, lejos de fructíferas estratagemas de márketing editorial. Una mujer a la que me aproximé hará apenas un año, en una de esas noches de insomnio en la que las vísceras me pedían poesía y los párpados, canciones de cuna. Y allí descubrí un amor doloroso, sacrificado, que le reventaba las entrañas. Un miedo a la muerte, más que por la muerte en sí, porque llegase sin haber tenido tiempo de gozar la vida. Un canto a los anhelos y a las pasiones, que muchos se esfuerzan por repudiar en aras de una complejidad casi ascética.
Y de repente, una niña de 18 años se vio reflejada en una mujer que cantaba sus melancolías.

Dejo este amor aquí
para que el viento
lo deshaga y lo lleve
a caminar la tierra.

No quiero
su daga sobre mi pecho,
ni su lenta
ceñidura de espinas en la frente
de mis sueños.

Que lo mire mis ojos
vuelto nube,
aire de abril,
sombra de golondrina
en los espejos frágiles
del mar...
Trémula lluvia
repetida sin fin sobre los árboles.

Tal vez un día, tú
que no supiste
retener en las manos
su júbilo perfecto,
conocerás su rostro en un perfume,
o en la súbita muerte de una rosa.


Te echaremos de menos, Meira, poeta del desamor.

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