jueves, 21 de enero de 2010

Días malos


Hay días malos. Días en los que no importa hacer una regresión a los quince años, llorar a lágrima viva, pedir clemencia a un cielo inerte. Porque son días malos, estás en tu derecho.
Se caracterizan por su gris lánguido, brillante, que se pega a las pupilas y se apodera de la córnea hasta volverte casi ciego. A medida que avanzan, se tornan más oscuros. Al final es de noche; sólo hay una pequeña luz, probablemente la de tu lamparilla, y tus lamentos iluminados bajo su foco.

Hay días malos. Días en los que nadie te va a salvar, porque son días malos, hace calor o frío, pero la tristeza permanece impasible.
Se caracterizan porque no recibes ningún abrazo, aunque en tus ingenuos sueños de niña llorona te imagines que así sea. No hay hadas madrinas ni discursos de ánimo a medianoche. Simplemente es un día malo, lo más seguro es que nadie se entere o no les importe.

Pero tú te sientes mal. Es un día malo.
Se caracteriza, ante todo, por su profunda soledad. Por tu reiterativo "estoy sola". Porque las mismas paredes parecen burlarse de tu situación. Porque no hay nada que atienda tus súplicas, en este mundo de películas con final feliz.

Se vomita histeria. Es un día malo.
Y sólo puedes esperar, esperar que no se repita, que sea algo aislado, aleatorio, extrínseco. Que esa espiral de miseria no te pertenezca. Que vuelvas a aprender a sonreír.

Porque ahora mismo no sabes. Es, definitivamente, un muy mal día.

miércoles, 20 de enero de 2010

En rojo

Tengo las memorias tan arrugadas que no recuerdan el día de su partida.
Frases sin sentido, eso es lo que quiero decir, lanzo ataques y caricias aleatoriamente, sin fijarme siquiera en la mancha que dejan o podrían dejar.
Me duele la cabeza, los tornillos que no me permiten aflojar el ritmo ni las carcajadas.
Qué cansancio...
Ante todo, un gran semáforo en rojo. Quizás, después, verde.

(Demasiado estudio. Noches insomnes, ausencia, muchos papeles. Paredes que parecen hacerse más pequeñas a cada paso. Digo cosas absurdas; comprensible. Pronto volverán a su coherente verborrea).

martes, 12 de enero de 2010

12.01.10


As equipaxes
esquécense
no seu solpor afroitado,
cheo de escoitas baldías
e chuvia.

Non cambiaron
as fronteiras,
os niños das peregrinas
continúan
a berrar
os seus vaivéns.

E na quedade
da lúa
cando remata o
camiño
por se verter,
torna as costas
ao barullo,
claudica.

Só un rapaz, alí
no cumio
onde ninguén
auguria a inquedanza;
nesa presenza mesta
e partida.

Só un rapaz, alí
acorda: os garabatos,
a senda.
As equipaxes a se reunir
nos soportais.

É hora de comezar o camiño.
Aquí, xa non chove.

domingo, 10 de enero de 2010

Vuelta

Vuelta a todo.
A los madrugones (in)cansables, las cuestas (de un lado y del otro), los edificios de cemento.
Vuelta al calor en la habitación y el frío en el pasillo, a la sal en las carreteras, a las narices rojas.
Vuelta a los desayunos sola, con un croissant mixto demasiado caro aunque sabroso, El País (cuando te dejan) y arropada por varias (demasiadas) miradas indeseables.
Vuelta a las decepciones, las llamadas sorprendentes, las pelusas espontáneas, las visitas renovadoras.
A los sueños y las catástrofes.
Vuelta a los cines en versión original (películas buenas y malas), los cafés de Starbucks, las distancias tan distantes. Las esperas en Atocha, Chamartín, Barajas.
Los besos.
Vuelta a las cañas, las carreras porque cierra el metro, las extenuantes esperas al N21.
Las posibilidades.
Vuelta a los escándalos en plena noche, las paredes de papel, una cama a ras de suelo. Los paseos con el Ipod en días de reflexión.
Mi butaca del Ikea. El hastío del comedor. Los vales descuento del Vips. Oes y aes cuando nieva.
Vuelta a las infinitas calles, los resbalones y sus inseparables vergüenzas, los descubrimientos, las brújulas.
Las rebajas, los verbos desconocidos, la búsqueda de identidad.
Vuelta a los abrazos en plena noche (a veces). El calor.

Vuelta a la ciudad que me ve crecer y desfallecer a cada paso. A su inhóspito recibimiento sibarita.
Esperando, esta vez sí, la reconciliación.