sábado, 28 de junio de 2008

Con C mayúscula

Perdonad que no haga ni una pequeña introducción del tema, ni bromee acerca de las muchas cosas que podría significar esa C mayúscula del título, pero es que en días como hoy me da por pensar que nuestro amigo Hobbes tenía razón, y que el hombre es un lobo para el hombre.No hablo de nada concreto; no hace falta más que analizar superficialmente la trayectoria de nuestras vidas, de cualquiera de nosotros. La gente se une más por necesidad que por verdadero afán de ello, y es bien sabido por todos que "los amigos se cuentan con los dedos de una mano". Presupongo que eso siempre ha sido así, pero ahora, en el s.XXI, existen otra serie de detonantes que propician el egoísmo, en cierto sentido. Vivimos en una sociedad caótica y que se mueve a la velocidad de la luz; es un tren que no espera por nadie. Se nos exigen, a nivel laboral, cada vez más méritos y logros, lo cual no hace más que fomentar la individualidad. El paro se extiende al encontrarnos en la cifra más elevada de escolarización de todos los tiempos, lo cual (lógicamente) genera competitividad. Y todos estos sustantivos van resquebrajando lentamente el sentido del COMPAÑERISMO.


Como antes he mencionado, no es raro ni inusual que las personas se unan, pero normalmente lo hacen para alcanzar algún tipo de beneficio que les traerá bienestar individual, una meta que no son capaces de conseguir solos. Porque si no, lo harían. No quiero con esto decir que no existan sentimientos como el amor o la amistad, claro que existen, pero cada vez son más superfluos y se difuminan junto a una serie de fusiones por puro interés que se aparecen en varios ámbitos de la vida.
Todos conocemos el refrán de "más vale solo que mal acompañado" pero, sin embargo, no siempre es sencillo ponerlo en práctica. La soledad tiene muchas ventajas pero, a la larga, acarrea muchos y aciagos inconvenientes que sólo es capaz de mitigar la compañía. Incluso aunque esa compañía no sea la más deseada. No nos es ajeno el pensamiento de "anda, haz un esfuerzo, sal con esta gente, aunque te caigan mal...". Lo mismo ocurre con las relaciones amorosas o, mejor dicho, las sexuales. Llegado un momento de avidez de carne, el coyote se lanza al cadáver, aunque esté comiendo carroña. Cada vez es más generalizado lo de "me lié con ella porque quería liarme con alguien" o "no me gusta, pero es que tenia ganas de...". Es la pura verdad. Pero, ojo, lo socialmente aceptado no es siempre lo mas correcto (últimamente descubro, que mas bien al contrario).

Pues bien, el espíritu que yo denomino de compañerismo, es un espíritu fuerte y obstinado, un sentimiento altruista que nos invade en ciertas ocasiones (pocas) de nuestra vida, un sentimiento que nos empuja a ayudar a alguien aun a pesar de no recibir nada a cambio. En malos momentos de nuestra historia, la gente sentía más compañerismo, quizás por pura empatía. En la guerra y la posguerra, se escondía en casas familiares a fugitivos del régimen, incluso con el peligro para tal familia que ese "polizón" acarreaba. Eso era compañerismo. Cuando, en épocas de hambruna, la gente que tenia un mendrugo de pan lo cortaba a la mitad para repartirlo con sus vecinos, estaban perpetrando un acto de compañerismo. E incluso al amor de madre, ese amor incondicional y lógico de las madres a aquello que sale de sus entrañas, aunque las haga sufrir, se lo podría llamar en cierto modo "compañerismo".

Bien es cierto que es mucho más fácil ser buen compañero en momentos duros que en momentos buenos; cuando todo va bien, los demás no nos necesitan, no tenemos que ayudarles en nada. Sin embargo, volviendo al tema de la sociedad que nos ocupa, últimamente parece que el compañerismo esta en peligro de extinción, quizás será por el estado de bienestar (porque si, somos privilegiados, a pesar de la susodicha crisis económica). Aunque la típica pregunta de entrevista de trabajo sea "¿Y sabes trabajar en equipo?", la verdad es que poco importa ya que cada vez se desempeñan mas trabajos individualmente, trabajos que además servirán para medrar en la empresa, por lo cual tampoco nos interesa mucho que nuestros compañeros se vean beneficiados. Solamente se muestra un poco de compañerismo actualmente en las manifestaciones o movilizaciones, teniendo en cuenta, claro, que muy frecuentemente son para conseguir beneficios para las personas que acuden a ellas.

Con todos estos desesperanzados pensamientos estaba yo el pasado jueves, cuando empecé a ver el partido de la selección, y algo tan estúpido como eso, tan poco profundo y, en principio, ajeno a todo lo que acabo de explicar, me hizo recuperar un poquito de ilusión. Cuando Villa se lesionó, lo
sustituyó (mi adorado) Cesc Fábregas , que con un espontáneo beso y un abrazo lo despidió antes de entrar en el terreno de juego. Fue una despedida llena de afecto, de admiración, de “estoy a tu lado. No te sustituyo, porque tú sigues jugando conmigo”. Acto seguido, todos los jugadores del banquillo se volcaron en el asturiano, que intentaba ocultar su llorera, con mensajes de ánimo y gestos de cariño. No tendrían por qué haberlo hecho; Villa era el pichichi de la Eurocopa, siempre titular, y muchos de ellos ni siquiera habían salido al campo con la roja, excepto quizás en el partido contra Grecia. Pero realmente quisieron mostrarle su apoyo al delantero "estamos contigo, compañero". Después de la memorable segunda parte, y tras el final del partido, todos y cada uno de ellos salió del banquillo, se abrazaron, se besaron, lloraron, saltaron. Todos. Eran uno. Sin hablar de los 11 que jugaron, los del banquillo no podían evitar su felicidad, iban a la final, TODOS, iban a la final, porque el equipo son todos. Se les notaba. El propio Villa olvidó por un tiempo su lesión, las lagrimas que minutos antes le acechaban, y saltó como pudo con sus compañeros porque realmente estaba feliz de que ganaran. Aunque no pueda jugar la final. Quizás porque tienen un objetivo común, ganar la Eurocopa, y no pueden hacerlo solos, pero en ese momento percibí en esos futbolistas grandísimas dosis de compañerismo. Y sonreí.

C de ceder, C de cimientos, C de caricia, C de caballerosidad, C de clamor, C de consuelo, C de cariño. C de capacidad, amigos, ¿aún queda capacidad de compañerismo?

miércoles, 25 de junio de 2008

Castellanízame, que me desintelectualizo

Hasta aquí podíamos llegar.
Y cito titular: "Una veintena de intelectuales firma un manifiesto a favor del castellano" (y en letra pequeña: y en contra del resto de lenguas oficiales del estado). Entre ellos se encontraba el filósofo Fernando Savater, los escritores Mario Vargas - Llosa y Álvaro Pombo, el director Albert Boadella, etc. etc. etc.
Nada más leerlo percibí dos crasos errores, uno explícito y otro implícito. El error explícito se encuentra en la utilización del adjetivo "intelectual" en tal contexto, un adjetivo que definiría una característica favorable en la persona a la que va dirigido: la característica del conocimiento o de la sabiduría, que brillan por su ausencia en el acto que estos señores han realizado. Por otra parte, el error implícito (error único y exclusivo de los anteriormente citados y de aquellos que los siguen) es la creencia y el convencimiento de que el castellano necesita un manifiesto que lo arrope y una enmienda que reforme la constitución actual para seguir sobreviviendo.

El castellano o español (mejor dicho, ya que castellano podría estar referido a ciertos dialectos que se dan desde el s.XV en las regiones de Castilla) es una lengua hablada por entre 400 y 500 millones de personas en todo el mundo, el segundo con más hablantes nativos, tras el chino mandarín. Es una lengua que goza de buena salud, una lengua cada vez más estudiada en países del centro y este de Europa, una lengua vehicular y oficial en el estado español. ¿Realmente es esto necesario? ¿Por quién se ve amenazado el español? ¿Es que hay algún peligro de que se extinga, de que desaparezca? Juzgad por vosotros mismos.

Cuando llegué a Madrid aprendí a convivir con posturas ideológicas muy diferentes a la mía, evolucioné y comprendí muchas cosas, entre ellas la dificultad para entender ciertos conceptos de muchas personas que no proceden de comunidades con lengua propia. Lo acepto y lo comprendo. Sin embargo, me parece una verdadera lástima que haya personas, se denominen o no intelectuales, que no sean capaces de ver que la pluralidad lingüística de un país no es más que la manifestación de la riqueza del mismo, de la cultura diversificada y de una ampliación del espectro de realidad. Tenemos un sistema administrativo y de educación que hace materialmente imposible que se pierda el castellano; las "atroces políticas lingüísticas" de las comunidades históricas no son más que tímidos intentos de que la juventud aprenda otra lengua, intentos que en Galicia se transforman en 3 horas a la semana de Lingua e Literatura Galegas, lo cual (sinceramente) no ayuda mucho al aprendizaje del idioma si este no fue aprendido anteriormente en casa, aunque no voy a profundizar sobre ese tema: supongo no os interesa demasiado y, además, podría escribir unas 20 hojas sobre ello. Siendo claros, el español está en mejor forma que nunca y no tiene trazos de desaparecer ni en un futuro lejano. Y no, no estoy siguiendo las diatribillas del PSOE, ya que ahora resulta que hasta algunos socialistas apoyan el indignante manifiesto "intelectual: véase Joaquín Leguina.

Sin duda nos encontramos en un país tan tremendamente aprehensivo, que necesita crear manifiestos anticonstitucionales para amparar una lengua que no sólo ya está amparada, sino que corretea a su libre albedrío por toda la geografía del mismo; un país que se subestima tanto que necesita tener colgada su bandera en lo alto del mástil de cada edificio publico, sólo por si acaso; un país tan inseguro que necesita llevar a juicio a un humorista por cagarse en él en la televisión. Y es que más de la mitad de los dolores de España son psicosomáticos, y en vez de ir al especialista, nos empeñamos en automedicarnos con altas dosis de cinismo e histerismo, que no hacen más que agravar las migrañas de las que adolecemos. Yo qué sé, será por el éxito de House.

Esperemos que España gane la Eurocopa y así se le suba un poco la autoestima, porque sino me temo que seguirán los discursos catastrofistas de "esos nacionalismos periféricos nos están hundiendo, la lengua está en peligro de extinción" y diversos comentarios similares que terminarán abogando por el monolingüismo, destruyendo aquello que en cierto modo nos hace especiales: nuestra variedad.

Yo, por si acaso, me pongo a estudiar esperanto, no vaya a ser que les de a todos los países por unificar...

lunes, 23 de junio de 2008

Sex and the city o la cruda realidad

Apresurada por ver la película, durante los cuatro escasos días que he estado en Ourense me he dedicado a ver capítulos de Sexo en Nueva York como una posesa. Nunca ha sido mi serie favorita, pero sin embargo destila un aire a superficialidad y conformismo que a veces hace falta, más que nada para que esta cabecita loca que reposa sobre mis hombros deje de dar vueltas y más vueltas durante un rato.

Las chicas más glamourosas de Manhattan lo consiguieron durante toda la primera temporada (lo cual es un gran mérito) pero hoy llegué al primer capítulo de la segunda temporada, y las cosas cambiaron. Las cuatro amigas, sentadas en una mesa de cualquier cafetería cara, hablaban sobre qué podría hacer Carrie para superar la ruptura con Mr. Big. La alentaban a que se arreglara, a que asistiese a actos públicos con buenas compañías masculinas, etc. para que él se sintiera celoso. Tras un buen rato de comentarios intrascendentes sobre el tema, Miranda (para los no-doctos, la pelirroja) se levanta de la mesa y proclama a los cuatro vientos que está harta de hablar de ello, que no hacen más que hablar de hombres, como si ellos controlaran su vida, que qué hay de ellas mismas, de sus intereses, de sus aficiones... "¿Cómo es que cuatro mujeres inteligentes no hacen más que hablar de novios? ¿Qué hay de nosotras? ¿Lo que pensamos, lo que sentimos, lo que sabemos? (...) Llamadme cuando estéis preparadas para hablar de otra cosa". Y acto seguido, se marcha.

En ese momento tuve que darle al pause. Sin duda, Miranda me recordó a mí en aquel momento, aún a pesar de que me dobla la edad, de que seguramente tendría millones de relaciones más que yo, de que lo diría con más fundamento. Pero no sería la primera vez que yo tuviera una discusión así con mis amigas. Porque es la verdad, porque supera la ficción. Dos mujeres consideran que tienen confianza cuando se atreven a hablar de sus novios, rollos, aspiraciones sexuales y/o amorosas y cosas similares, lo cual me parece estupendo, pero ¿qué hay de lo demás? ¿Es que en la vida no hay detalles más importantes, más íntimos e interesantes sobre los que conversar? Parece que no. Y es que nuestras mayores aspiraciones, nuestras metas no son, por ejemplo, conseguir un empleo bien remunerado y una casa donde vivir; más bien se reducen a llegar a los 20 años con una media de 57 polvos (con hombres distintos, evidentemente) en tu historial y, sobre todo, que lo sepa todo el mundo. Así empezarán a valorarte. Deplorable, desde luego; falso, en absoluto.

Volví a darle al play no sin un regustillo amargo proveniente de la intuición de lo que pasaría al final del capítulo. Y, efectivamente, ocurrió lo que yo me imaginaba. Miranda, en un achaque del destino, se cruzó por la calle con el hombre que le había roto el corazón, y comprendió que, por mucho que se opusiese, ella era la primera que seguía la dinámica de sus amigas; la primera cuya felicidad se apoyaba en la estabilidad de su vida amorosa, es decir, en un hombre; la primera que no podía evitar contar todo con pelos y señales cada vez que se acostaba con el objeto de su deseo. Al final, se reúne con Carrie y comienzan a hablar sobre lo difícil que es superar las rupturas. El capítulo termina con la frase "No importa quién rompa tu corazón, ni lo que tardes en recuperarte: nunca lo superarás sin tus amigas".

Casi lloro, lo juro. Y no, no fue por la afavilísima y buscadora de lágrima fácil frase del final, sino porque Miranda claudicó. Miranda tuvo que aparcar el discurso, MI discurso, por falaz. Y quizás aún no estaba preparada para escuchar eso...
Puede que sí. Puede que tenga razón. Quizás yo soy la primera que cimienta su vida en sus relaciones amorosas (por llamarlo de alguna manera), la primera a la que le afectan sustancialmente tanto para bien como para mal, la primera que se lo cuenta a sus amigas (cuando quieren escucharla) hecha un manojo de nervios como una niña pequeña el primer día de colegio. Y no quiero oír hablar de ello porque estoy resentida. No quiero oír hablar de ello porque me recuerda lo mal que me va en ese terreno, lo poco fiable que es y lo mucho que me hiere.
¿Será el primer estadio asumirlo, o será síntoma de cobardía el aparcar mi tesis a favor de la cruda realidad? ¿Será una muestra de madurez o, por la contra, un indicio de alienación y sumisión a los clichés de la sociedad? ¿Será que soy una Miranda de la vida o, quizás, cuando triunfe en mi carrera, cuando me sienta una mujer plena y realizada, no prestaré atención a tales nimiedades? (¿Será que soy una Wendy...?)

Miro fijamente a las chicas de Sexo en Nueva York, las atizo con una mirada desafiante. Son guapas, inteligentes, ricas. No deberían quejarse. ¡Yo debería quejarme, y no ellas! (Y, aun así, se quejan...) .
Para no seguir pensando, pongo el capítulo 2.

sábado, 21 de junio de 2008

Esa canción, ese momento

En este Día Europeo de la Música, y todavía carcomida por la angustia de no poder ver a Coldplay en septiembre, me permito el lujo de hacer una pequeña reflexión sobre la importancia de la música en nuestras vidas.

No hablaré en un sentido estrictamente musical; tampoco mencionaré a demasiados artistas. Tan sólo me he dado cuenta de que hay momentos de nuestra vida que tienen banda sonora, y sin ella no serían los mismos; quizás ni siquiera existirían. ¿Qué hay de la más popular escena de Psicosis? ¿Se habría convertido en memorable, acaso, sin la inquietante música que la acompañaba? ¿Y la canción principal de la banda sonora de Star Wars, de Carros de Fuego, de Memorias de África? Por supuesto, jugó un papel relevante en cada una de esas películas.

Pues bien, en esta extensa película que es nuestra existencia, la banda sonora también juega un papel protagonista. ¿Cuántas escenas recordamos ligadas a una canción? Incontables. Y lo más curioso, es que no serían las mismas si no fuesen acompañadas por esa música, aunque los acontecimientos se desarrollasen de igual modo. ¿Cuántas veces escuchamos una canción que nos evoca uno solo de nuestros recuerdos, un recuerdo concreto, por muchos años que hayan pasado desde entonces? Innumerables veces. Y ni siquiera tiene porque ser esa melodía fruto de nuestra devoción, pero sin embargo, es la canción de ese lugar, de ese momento. Es la canción de esa escena, y probablemente la más idónea, ya que nosotros mismos, actores, directores y guionistas de la película, la hemos escogido.

¿Qué sería de mí, pienso yo, sin Wish you were here de Pink Floyd en momentos duros? Incluso cuando no tengo ningún dispositivo a mano que me permita escuchar la música, esa canción comienza a sonar en mis adentros en determinados instantes de depresión, sin que yo pueda hacer nada para pararla.

Así es. Nos guste o no, somos pasto de un engranaje de recuerdos que se tejen en torno a detalles ínfimos, sin los que (a pesar de todo) dejarían de existir.

Y es que hoy es otro día, distinto al de ayer y al de mañana. Y hoy es mi día de Duffy, la rubia galesa que me envuelve en una atmósfera de soul con cada nota de Syrup & Honey; mi día de Amy Winehouse (antes de depravarse) que me recuerda que My Tears dry on their own; mi día de Nouvelle Vague que arrastrando las sílabas con los pies me manifiestan su deseo de Dance with me.
Todas mujeres que, acompañadas por ritmos melodiosos, muestran un repertorio de desgarros de voz, desgarros de voz que no son más que desgarros de corazón. Mujeres que cantan con el alma. Mujeres que crean dentro del universo de quietud de sus melodías, un planeta paralelo de agonías y ansias de respuestas.
Y mientras escribo esto, comienzan a sonar por los altavoces los primeros acordes de You never Called me Tonight, de la increíblemente talentosa Beth Rowley, a la que fervientemente os recomiendo.

You said you’d call me tonight,

you said you’d call me tonight,

so I stand home waiting by the phone,

but you never called me tonight...


(Qué idóneo... Esta canción, este momento).

viernes, 20 de junio de 2008

El síndrome de Wendy

Probablemente a muchos de vosotros os suene lo que en psicología es llamado "Síndrome de Peter Pan". Puede que no sepáis mucho sobre la neuropatía que conlleva, pero (ya que todos hemos tenido una infancia similar) me atrevo a afirmar que conocéis la historia del niño que nunca creció, el niño del país de Nunca Jamás: Peter Pan.

A través de la historia, se puede llegar a la conclusión de por qué ese síndrome se llama así y cuáles son sus síntomas. Se da habitualmente en hombres que presentan una gran inmadurez en sus actos, que (como Peter) se niegan a crecer y se encierran en actitudes infantiles que, si bien no tienen por qué darse en todos los aspectos de la vida, se muestran de manera evidente en otros. El ejemplo perfecto es el hombre muy eficiente en su trabajo, pero que se comporta de forma pueril en su vida personal. En general, son personas un tanto narcisistas que no se atan a nada que signifique un compromiso demasiado sólido y que sienten pavor a abrirse sentimentalmente.


Su mellizo es el llamado "Síndrome de Wendy" que, sin embargo, es mucho menos conocido por la sociedad en general, cuando en realidad comprende una serie de síntomas que son tan dolorosos y graves como el "Síndrome de Peter Pan"· Se da generalmente en mujeres que presentan un espíritu de entrega y sumisión total (normalmente) a la pareja o al objeto de su afecto. Necesitan sentirse "mamás" de esa persona (o personas), cuidarla y hacerla feliz. Se sienten desgraciadas cuando no todo el mundo las quiere, e intentan a toda costa que así sea. Para ellas, el amor es sacrificio y tortura, y lo aceptan, aun a costa de su infelicidad. Necesitan sentirse aceptadas continuamente y tienen miedo al abandono y a la soledad.


(ejem... ¿os suena de algo?)



Y es que la historia de Barrie no resulta tan entrañable como nos parecía en nuestra infancia. La historia de Barrie nos muestra un niño huérfano que se acerca todos los días a la ventana de una niña a escucharla contar cuentos. Este niño siente una clara necesidad de afecto, que ella le otorga sin condiciones, mas cuando le propone una relación más solida, que se consolide su cariño, que vuelva con ella al mundo real, él dice NO. El epílogo de esta historia es que cada año Peter Pan vuelve a por ella en primavera, y cuando ella ya es una mujer mayor, casada y con una hija, Peter se lleva a su hija, y después a la hija de su hija, y así sucesivamente, lo cual me parece aún más cruel que el final tradicional del cuento. No sólo no se compromete a estar con ella, sino que sigue utilizando a las mujeres de su familia, logrando que cada generación se quede prendada de su persona, y se frustren al crecer, ya que Peter sigue siendo un niño.


El colofón de toda esta historia es que, si miramos a nuestro alrededor, el Síndrome de Peter Pan está mucho más aceptado socialmente que el de Wendy. Se ven (y cada vez más) hombres (y también mujeres) que viven su vida como si de adolescentes se tratara (aún con 50 años), que eluden responsabilidades de casi cualquier tipo y que, por supuesto, no establecen ningún vínculo afectivo fuerte con nadie. Se les denomina autosuficientes, independientes o "singles", y su forma de vida resulta extrañamente atractiva, incluso está de moda.

Pero... ¿qué hay de las Wendys del mundo? Se dice que son demasiado tradicionales, antiguas, dependientes, inútiles. Eso no es cierto. Hay muchas Wendys que son mujeres (u hombres) inteligentes, con un buen empleo y posibilidades, y lo único que necesitan es dar su amor, por muy cursi que eso suene. Sin embargo, ser una Wendy no está de moda. Desgraciadamente, serlo o no serlo no es algo que se escoja.


(Y, de hecho, no existe una Wendy sin su Peter Pan particular...)

martes, 17 de junio de 2008

Irlanda o saber decir NO



Cuando leo los titulares de todos los periódicos en la sección de Internacional, no puedo evitar recordar aquella campaña antidrogas en la que, tras soltar la perorata de las malas consecuencias de las mismas, salía una mano negra con el eslogan "hay que saber decir no". Parece simple y evidente, pero sin embargo, para ser un monosílabo, el no es una de las palabras que más nos cuesta responder en nuestra vida cotidiana, en todos sus aspectos. En el aspecto político la República de Irlanda nos está dando una lección de autoestima y orgullo sabiendo decir no.

"Europa se desmorona", "no vamos a permitir que 3.000.000 de habitantes fastidien un proyecto de unión", etc. Más bien diría un proyecto interesado fruto de una fallida constitución europea; un proyecto del que apenas se ha dado información, por miedo a que vuelva a caerse, cuando la constitución debería surgir de la soberanía de los pueblos; de un texto un tanto oscuro que, abogando por la democracia, la eficacia y la transparencia, ampara otros proyectos, por ejemplo, un proyecto militar, del que la autora de estas líneas está fervientemente en contra.

Soy la primera que cree que la unión hace la fuerza, que todo lo que permita mejorar a los pueblos y las naciones que habitan no sólo Europa, sino el resto de continentes, es positivo, pero no esto. La UE, por desgracia, no se está convirtiendo más que un programa de rendimiento económico disfrazado de unión político-social. El Tratado de Lisboa se reafirma en una política neoliberal que ayudaría a las grandes empresas europeas a ponerse a la par de las más importantes del mundo, todo esto, por supuesto, a costa de la precarización de los derechos de los trabajadores. No se menciona el derecho a un empleo digno, se pondrán cada vez más trabas para convocar huelgas laborales y se habla de (palabras textuales) "una mano de obra adaptable a las necesidades del mercado". Si se lee entre líneas, aparece la palabra explotación, lo cual desemboca, espontáneamente, en la sorprendente noticia, también de actualidad, de la jornada laboral de 65 horas, aunque esa se merece un post para ella solita.

Volviendo al tema del Tratado de Lisboa, se fija como principal criterio una economía abierta y de libre competencia, es decir, un capitalismo salvaje auspiciado bajo los estados, que tendrán libre albedrío para privatizar los que ahora se llaman "servicios económicos de interés general": los servicios públicos de toda la vida. No quiero caer en una dinámica panfletera, pero creo que de ratificarse el tratado, en lugar de vivir en el paraíso que prometen los que se llaman europeístas, formaríamos parte de lo que el movimiento obrero y revolucionario de principios del siglo pasado bautizó como "la Europa de los mercaderes".

Además de todos estos detalles escabrosos, que hay muchos más, desde luego, se da un caso que yo toco con un cierto sentimentalismo: el prurinacionalismo europeo en el Tratado de Lisboa. En el tratado, se proclama la primacía de los estados frente a las naciones y se niega el derecho a autodeterminación de cualquier pueblo (se siente, Ibarretxe). Además, no se reconocen las diversidades lingüísticas ni culturales de cada una de las naciones sin estado que integran la Unión Europea (en eso convergemos todos los pueblos celtas)... aunque (aclaración para mis amigos no-galegos/vascos/catalanes), como ya anuncié al principio del párrafo, esto no es más que otra perla ofrecida por el tratado, ni más ni menos importante que las demás.

En conclusión, la integración de mercados y la liberalización del comercio no son sinónimos de mejorías en la vida diaria de los europeos que no forman parte de las élites, y eso es lo que debería interesarnos como propios afectados.

Irlanda, como único país que sometió a referéndum abierto el Tratado, ha sabido decir no. Sus 3.000.000 de votantes han plantado cara a 490.000.000 de europeos que esperaban con expectación su respuesta. Y esto no significa que el proyecto de una Europa unida no pueda seguir adelante: significa que no somos tontos, y que se conseguirá un tratado, una constitución o como demonios se quiera llamar cuando se fijen unos objetivos claros de evolución de las condiciones de vida de los ciudadanos, no de mejoras económicas a gran escala con consecuencias ruinosas para políticas sociales y territoriales.
Irlanda ha dicho no. Lo que para algunos es arrogancia, para mí es sabiduría y fe en las costumbres democráticas. Y es que, como bien dice mi madre, "si tú no miras por ti, ¿quién va a hacerlo?".

lunes, 16 de junio de 2008

Los blogs-diario

Detesto a la gente que escribe blogs-diario. Bueno, eso no es del todo cierto. A decir verdad, detesto a la gente que escribe blogs-diario ficticios; me parece estupendo que alguien quiera contar su vida en internet (sé que caeré en esa trampa: es demasiado sencillo hacerlo); también la gente que escribe historias de ficción. Son dos modos distintos de enfocar un blog, que incluso pueden fusionarse y llegar a resultar amenos y entretenidos. Ahora bien...

¿Qué hay de esas personas que escriben lo que les ocurre día a día como si de una novela de aventuras se tratara, adornando sus actos (por supuesto) con sendos epítetos dignos del Cantar de Mío Cid y de aliteraciones mastodónticas que pretenden resarcirse en las épicas vivencias del sujeto en cuestión?
¿Qué hay de esas personas que edulcoran su vida describiendo en un blog una popularidad de la que no gozan, unas fiestas que no son más que cataratas de alcohol vividas en soledad, actos sexuales dignos de las páginas doradas del kamasutra que probablemente quedaron en un mero aquí te pillo aquí te mato sin pena ni gloria?
¿Qué hay de esas personas que creen que por compartir una existencia irreal conseguirán sus más deseadas aspiraciones, que son los protagonistas de una película que ha ganado el Óscar al mejor guión original y que ensalzan su personaje sin reparos, dándoselas de triunfadores y héroes al más puro estilo griego, semi-dioses diría, sin perfilar ni la más mínima anécdota de una cruda realidad que seguramente les asedia?

Esas personas me dan lástima.

Hay quien me ha dicho que escribir un blog en plan "existencialista" es muy triste. Creo que este se puede considerar un blog existencialista, por qué no, aunque yo lo definiría más bien como un espacio de reflexión. Anyway, sea triste o no lo sea, creo que ese adjetivo se podría aplicar con mucha más propiedad a los blogs que he definido en los últimos cuatro párrafos.
El problema (o quizás no) es que hay quien se lo cree. Hay quien se queda anonadado ante la hipocresía de unas historias dignas del Señor de Los Anillos, hay quien se acompleja al leer cada día las experiencias vitales de miles de personas que no hacen más que volcar sus expectativas en una bitácora digital, más que nada por si cuela. Y a veces, cuela.

Reconozco que yo era de esas. Era de las que me planteaba qué hacer con mi vida cuando leía que ciertas personas habían viajado al Himalaya nada más que con un sherpa y una lata de atún; que habían disfrutado de una noche de sexo salvaje en un bungalow en Idaho con Kate Moss, John Cusack y Patti Smith; que Paul Auster había elogiado su última novela afirmando que, después de leerla, había comprendido que tenía que retirarse; que Gulliver, a su lado, había tenido una vida anodina y monótona.

Pero ya NO. Yo, no me lo creo.

¿Y vosotr@s?

domingo, 15 de junio de 2008

Bienvenidos a mi mundo

Llevo tiempo con la mosca detrás de la oreja acerca de si escribir o no escribir un blog. Definitivamente era una idea que me tentaba, y mucho, pero me frenaba la posibilidad de verter todos mis sentimientos a la marea indiscreta de la red; es decir, a hacer el ridículo todavía más de lo que ya lo he hecho en estos (quasi) 19 años.
Tras mucho deliberarlo, y teniendo en cuenta unas cuantas nuevas experiencias en mi vida, he decidido escribir esto, que servirá en parte como terapia, en parte como entrenamiento para mi posible futuro profesional.

No es un blog sobre un tema concreto; tampoco sobre la vida en general. Es un lugar donde me dedicaré a escribir lo que se me pase por la cabeza, lo que me inquiete, lo que me produzca ansias de ser compartido.

El nombre original de este blog (tal y como yo lo bautizaba en mi mente) era "A Trancas y Barrancas", una frase que define perfectamente cómo voy sobreviendo día a día. Sin embargo, el nombre ya estaba cogido por algún espabilado/a, así que decidí otorgarle el nombre de "Faunas y astringentes" lo cual es, al fin y al cabo, mi visión de la vida y de la sociedad. Todo se reduce a faunas y astringentes, esto es, grupos de personas y sus respectivas barreras, sus miedos, sus inseguridades, aquello que les impide ser como realmente son, sus astringentes personales.

Y tras esta pequeña aclaración, pongo punto final al post de bienvenida. Si realmente me estás leyendo, no puedo decir otra cosa que gracias, y no esperes mucho de este blog, ya que no es más que un recipiente de frustraciones. Frustraciones, eso sí, teñidas por una dosis de aranchismo... en algo tenía que ser esto original....