martes, 31 de marzo de 2009

Catástrofe temporal

Las prisas se agolpan frente a toneladas de residuos que, surgidos de la nada, han decidido adornar un suelo demasiado lleno de pelusas sin nada que contar. De ser una instantánea, retrataría el caos, mas no lo es: es un cuarto de forma poliédrica y manchas en las paredes que parece enjaular una marea de vivencias que, sin embargo, se traducen en una vida monótona. La maleta, abierta de par en par sobre la cama, clama a gritos unas cuantas prendas de ropa interior que, sueltas sobre una red medio rota, flotan entre calcetines sin pareja y alguna que otra tira de sujetador viuda. Las fotocopias de unos apuntes de sociología se enmarañan entre un par de relatos de Borges, mientras una agenda estratégicamente colocada frente al portátil (más lleno de polvo que de palabras) recuerda las tareas por hacer. Muchas y muy poco interesantes.
Un reloj de Decatlon, esperando a ser retrasado seis horas, reposa sobre una antología de Gioconda Belli y ésta sobre Las intermitencias de La muerte, y éste sobre La conquista de la felicidad y todos sobre una mesilla escuálida que intenta frugalmente acompañar a un catre desfigurado, lleno de edredones, almohadas y ausencia. El sudor y el insomnio hacen mella en una cara que, blanca en toda su redondez, se refleja en un espejo que unas manos un tanto torpes precipitaron de la pared al suelo, en su afán de rectitud. Una bolsa de Zara llena de periódicos atrasados se esfuerza por reseñar que su propietaria lleva unos cuantos días sin leer la prensa, como un augurio demente que susurra ineptitud e ineficacia.
El tiempo, ese enemigo íntimo que nos deleita con su falta en momentos de angustia, se me antoja hoy como el galgo ganador en esta carrera sin meta que es mi vida. Cada segundo parece volatilizarse entre deberes absurdos y charlas sin sentido que se consumen frente a cafés fríos y llamadas a deshora. El tiempo. Lo pierdo por los rincones, casi tanto como las llaves, siendo sólo superado en cantidad de pérdidas por la cabeza y la seguridad. Las obligaciones, absurdas en su mayoría, van consumiendo poco a poco el cameo que lo verdaderamente importante solía tener en mi día a día, convirtiéndolo en una tragicomedia de poca monta que lucha por abrirse paso en la copada parrilla en la que se traduce mi entorno.
El tiempo. Maldito aguafiestas. Pasa sin saludar y me hunde en el olvido los momentos que, casi sin quererlo, se convirtieron en iconos. Y me deja un regustillo amargo, como a rutina caducada, que se extiende del paladar al pecho trasladándome, en cuestión de segundos, al amplio sendero de la melancolía.

Hoy mi cuarto sonríe cerrado a las horas que pasaron por él dejando sus pisadas oscuras. El desorden parece, incluso, parte de él; parece que siempre hubiese estado ahí, como un enorme reloj de arena que, desapercibido, va arrastrando su delicado contenido por el cristal. No sin esfuerzo, logro encontrar mi sitio entre el pantalón de pijama y la mochila de montaña que parece sugerirle a mi cuaderno de notas una escapada romántica.
Todo parece ser el vivo retrato de mis disturbios. Y el tiempo, como no, la mano que pinta el lienzo.

3 comentarios:

eu dijo...

Debes de sonreir porque vas a hacer una escapada mágica.Vas a olvidarte de lo que tu quieras y a disfrutar.
el desorden del cuarto ya se volverá orden...Don´t worry
Eu

lamotta dijo...

"La vida no tiene colores, no es blanca, negra, ni siquiera gris, pero si acaso alguno tuviera, sería del color del tiempo". Lo dijo tu paisano, y a menudo tiene razón.

Ese libro de Saramago es de los más flojos que he leído, aunque el más flojo de todos es el último que ha hecho, El viaje del elefante.
Muxutxus

Anónimo dijo...

Ay, cuánto te echo de menos.
Y yo, yo tampoco tengo tiempo.